La política de educación superior deja miles de jóvenes al margen de la universidad, menoscabada su autoestima, truncados sueños y esperanzas. Traslada la responsabilidad del fracaso del sistema educativo a los jóvenes, culpándoles de su inadecuada preparación. No toma en cuenta diversidad, especificidades y diferencias socioeconómicas, culturales y regionales. Su anacrónico sistema de ingreso no acorde a la sociedad del conocimiento, define un perfil domesticador, se erige filtro que limita el pensamiento creativo, crítico y propositivo que debe alimentar la universidad. Su enfoque selectivo burocrático, instrumental, punitivo y discriminador y su modelo educativo memorista predominante, paradójicamente alcanza su clímax cuando se restringe a la aplicación de un modesto y descontextualizado test estándar de ingreso, cuyo carácter esquemático y reduccionista no capta la riqueza del talento juvenil. En este molde restrictivo retrógrado quienes compiten en condiciones estructurales adversas son marginados, violados sus derechos y agudizada su exclusión e inequidad. Es inadmisible que este formalismo inconsistente y ajeno decida la vida y destino de los jóvenes.