Me refiero al artículo publicado en El Comercio del 23 de abril que lleva el título de “Suicidios”, en el que se hace referencia al del expresidente Alan García del Perú.
Su autora lamenta que haya burlado a la justicia, pues ante los tribunales le correspondía demostrar la honra de la que tanto presumía, pues porfiadamente insistía en no ser más que un “perseguido político” como todos los corruptos aseveran y no solo allá, sino sobre todo aquí, donde la lista de estos “angelitos” ya llega por lo pronto a diez.
Tan culpable de fraudes fue que la autora nos recuerda que el Uruguay le negó el asilo, porque no era ningún perseguido. Pienso que huir de ese modo es una injuria a los jueces que pretenden cumplir con sus responsabilidades y sancionar a los deshonestos, porque respetar la justicia es un deber del hombre digno, no el que prefiere una buena prebenda en lugar de una recta conducta. Es que por falta de veredictos, los Estados pueden convertirse en confabulaciones de favoritos, dispuestos a lucrar de la patria, pero incapaces de honrarla con actos dignos.