No existe nada peor para la administración de un Estado que nombrar mediocres para cualquiera o todas las instancias administrativas.
De las experiencias vividas y conocidas, hemos visto que se encumbra a la mediocridad en gobiernos que están dirigidos por dogmáticos (en consecuencia, mediocres, pues una mente bien cultivada no puede ser dogmática). Los ejemplos abundan. Ocurrió en la época más tiránica de la Unión Soviética, con Stalin. Está aún presente en Cuba y Venezuela, y se hizo también presente en Ecuador durante una década y media.
Los dogmáticos ubican a la lealtad, la afinidad ideológica, la sumisión, como si fueran méritos. Esto explica los sonados fracasos de algunas administraciones de ese tipo. Lo grave de esta práctica es que quienes sufren las consecuencias de estar mal administrados son quienes hacen la sociedad.
Quien puede justificar, por ejemplo, que personas como el Che Guevara fuera nombrado como ministro de industrias, por ejemplo, o al frente del Banco Nacional de Cuba. El progreso y la prosperidad de una nación, de un estado, es directamente proporcional a los conocimientos específicos de quienes asumen la conducción de sectores especializados a su cargo.