Tras ese frontón social donde se pintan murales exaltando únicamente la virtuosidad masculina, se oculta un verdadero y poderoso matriarcado, regido por unas caciques, que gobiernan cada uno de los reinos donde habitan acompañadas de su soberano y de su clan, convirtiéndolas en el faro que ilumina el destino de toda su tribu; aunque los monarcas les quitemos el brillo a todo lo que hacen, y nos creamos portadores de la corona, inventando mecanismos grandilocuentes de autodefensa para sentirnos superiores, y disfrazar nuestra debilidad ante ellas, son estas jerarcas, las que dominan de norte a sur, y de oriente a occidente los territorios donde reinan; detentan poderes ilimitados, pero no llegan a abusar de estos como si lo hacen los tiranos, siempre prevalece su voluntad en acontecimientos tribales de trascendencia, recurren a la diplomacia, si conflictos internos amenazan la paz y el orden de la comarca, a veces se blindan para repeler con valentía los golpes arteros que les ha asestado el machismo, llegando incluso a ofrendar sus vidas; cuando su príncipe les abandona, su cacicazgo se fortalece, encendiéndose aún más el faro que portan en su testa; no obstante con el devenir de los tiempos, estas guerreras, apremiadas por proveerles de un mejor porvenir a los miembros de su clan, han dejado su feudo para perder la condición jerárquica, y someterse en calidad de vasallas a un caciquismo más poderoso que el suyo, llamado “el progreso”, y al cual acuden todos los días abandonando a los más pequeños de su tribu, al acecho de ataques sociales y morales externos, muchas veces a cambio de un mísero pago y tratos vejatorios a su dignidad; esta esclavitud moderna, ha secuestrado su libertad, pero no su espiritualidad; la misma que les ha permitido mantener incólume, el instinto de madre y esa heroicidad estoica que esta fundida a su ser, desdoblándose así su existencia, en caciques para sus reinos y esclavas fuera de él. Un homenaje, a todas las madres del Ecuador.