Muchos personajes mundiales han deseado la muerte de los viejos en estos tiempos de coronavirus; entre otros, Christine Legarde: “Los ancianos viven demasiado, lo cual es un riesgo para la economía mundial”. Y como complemento de este “lapsus brutus”, Shinzo Abe, ex primer ministro de Japón sentenció: “(…) el problema no se resolverá a menos que ustedes, los ancianos, se den prisa en morir”.
A los ancianos cuando se los requiere, por sus experiencias “soplan”: al loco Hitler le ganaron tres ancianos: el paralítico presidente de Estados Unidos, Franklin Roosevelt; el dictador de Rusia, Joseph Stalin; y el gran primer ministro de Inglaterra, Winston Churchill. Los ancianos no están muertos antes de morir. Julio César Trujillo falleció a los 88 años cuando ejercía la presidencia del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social, transitorio; luchó por la constitucionalidad del Ecuador. Muchos médicos de la tercera edad, 65 años, dieron sus excelentes servicios durante la pandemia.
El artículo 1 de la Constitución conceptúa al Ecuador como “un Estado constitucional de derechos y de justicia social”, sin distingos de edad. Es prohibida la discriminación. Además, la Constitución garantiza al adulto mayor trabajo remunerado de acuerdo con sus capacidades y limitaciones, lo que nadie cumple.
Es inhumano afirmar que los adultos mayores tienen que morir para que el Estado Viva, es decir no deba pagar sus pensiones jubilares ni subvencionar sus gastos médicos, pues los ancianos han aportado económicamente durante 30 y más de 40 años; lo que ha sucedido es que los gobiernos han dado préstamos de dinero al IESS y no han pagado, así como han colocado en estas instituciones a pillos que se han alzado con el santo y la limosna.