Cláusula de condonación
Guillermo Pérez de Castro
A fin de complacer a la Conaie, la Feine y la Fenocin, los contratos de préstamo que celebre la banca pública deberían contener obligatoriamente la siguiente cláusula: El deudor se compromete mediante el presente contrato ha solicitar, a las cuarenta y ocho (48) horas de otorgado el crédito, la condonación total del préstamo concedido, e inmediatamente pedir otro préstamo bajo las mismas condiciones, es decir aplicando la presente cláusula de condonación. En caso de incumplimiento de exigir la remisión de la deuda, ésta se perdonará de todas formas. NOTA: Bien podría denominarse la “cláusula Gary”.
Los chullas quiteños
Carlos Mosquera Benalcázar
Elegantísimo, bien afeitado y peinado, rayas del pantalón cual cuchillas, cuello y puños de la camisa impolutos, corbata vistosa, medias finas y zapatos brillantes, locuaz y pícaro, “dicharrachero” y “piropero”, soñador y gentil de mente ágil y con respuesta para todo, generalmente sin medio en el bolsillo, pero con una “sal” envidiable para contar los “cachos” ; así es o fue el “Chulla Quiteño”. Inspiró un hermoso pasacalle que es todo un himno que vibra en las “chivas” y en los festivales y dejó bien sentado su poder seductor y su estirpe. Y que nadie se atreva a quitarle la leva o espulgar sus pies, porque encontrará que no hay mangas ni espalda en la camisa y en las suelas dos tremebundos “chilpidos” que pronto han de convertirse en huecos. “Feriado ha de ser el día de su nacimiento bonita” “Si yo fuera usted no podría vivir sin mí”, “Sus ojos son más negros que mi destino”, le susurraba a la guapa quiteña, para luego volar donde los “ciegos” de la 24 y convencerlos de un serenito gratis. Actores de anécdotas y cuentos, conocedores de todo el mundo e infaltables en todas las farras, así forjaron su historia el “Lluqui” Endara, el “payaso”. Vega, el “terrible” Martínez y el Fernando Suasnavas, este último aún en vigencia. Él siempre empieza diciendo en sus números humorísticos: “voy a tr atar de hacer algo muy difícil en estos tiempos: arrancarles una sonrisa’ y luego desarrolla con memoria prodigiosa y mímica genuina, cientos de “cachos”, para terminar con el infaltable verso que pondera la “Canción a mi Loma Grande”, el “Poema de la culpa” o la “Canción a los barrios de Quito”. Pareciera que por él no han pasado los años, pero aun así los amigos suelen opinar: “a este viejo sí que hay que cuidarle”, para luego parafrasear algunos fragmentos en honor a su arte dedicados y que, a través de sus ejecutorias, se pueden extender a todos los chullas quiteños: “Del verso frenético/ y del chiste raudo/ que bordeando la ironía/ obliga a la gente/ a que siempre sonría. De hacer cómplices a todos/ del bullicio contumaz/ de trocar penas en risas/ de todo ello eres capaz. Picardía, sal quiteña/ risotada y lágrima/ anécdotas y mundo/ todo aquello en un segundo”. Es poco lo que se pueda decir de estos hidalgos nativos de la “Cara de Dios”, sus “fechorías” sanas alteraron entre carcajadas y mojigatos comentarios la franciscana tranquilidad de Quito y fueron luego inspiradoras de fábulas y cuentos que de generación en generación han llegado hasta nuestros días para alegrarnos la vida. Paradójicamente los “chullas quiteños” gracias al modernismo no han tenido descendencia artística y su recuerdo va diluyéndose en este Quito que por muchas causas, entre ellas la ingratitud, jamás volverá a ser el que añoramos y con nostalgia recordamos sobre todo en el mes de diciembre.