La mediocridad se origina en varios factores y circunstancias. La principal, una familia sin aspiraciones, conformista, impositiva, llena de alabanzas a todo lo que hacen los niños, repleta de justificaciones para lo que ocurre a los niños, que no lee y no induce a leer. La segunda, una educación solamente impositiva, por parte de maestros que inculcan el aprendizaje memorista de lo que dictan, que no promueven el análisis ni la crítica.
Es peor cuando esta práctica se continúa en la universidad. En la década del correísmo se tuvo una afluencia inmensa de mediocres en la administración pública (no fueron todos, pero sí una gran mayoría), esta calidad se evidenciaba a través de sus ejecutorias, de sus pronunciamientos. Los resultados están a la vista: obras no terminadas, corrupción generalizada, argumentos infantiles para justificar lo injustificable. Se llegó al colmo de ubicar en la presidencia de la Asamblea Nacional a una persona sin título de tercer nivel, so pretextos de democracia, sin entender que un organismo que genera leyes debe ser un cuerpo colegiado, que debe estar bajo la dirección de una persona con amplio entendimiento natural, reforzado por una formación universal y adecuada.
Los asambleístas no escapan a estas calificaciones (con honrosas excepciones), cuando aceptan votar bajo argumentos ajenos, con escaso equipaje de razonamiento propio.
Pero la pregunta que surge es: ¿puede alguien educado, altamente formado, vencer su raíz de mediocridad? ¿Puede una persona brillante rodearse de mediocres?
Las evidencias en este caso nos llevan a la conclusión de que hay casos en los que la mediocridad vence la formación académica, y, que los mediocres privilegian rodearse de mediocres inferiores a ellos. En estos casos, el perjuicio es para todo un país, y especialmente para los más pobres.
Es necesario un esfuerzo conjunto de la sociedad para erradicar la práctica de elegir mediocres, personas que, prevalidas de la ignorancia de la mayoría, lo único que muestran es audacia, que no conocimientos, aquellos que impresionan a los que no entienden al decir “si de algo sé, es de economía”, “yo casi nunca me equivoco” y los ingenuos lo creen y votan por ellos.