/Desde cuándo confundiste el camino, /tú, hacedor de las cosas, mago perpetuo del destino. / /Te arrolló la estulticia, te adormeció el desencanto, /te atrapó el infortunio, se apagó tu voz. /(Leonardo Cueva Piedra).
A medida que se ha vuelto incontenible el destape de la corrupción rampante ocurrida en la última década en nuestro país, los ecuatorianos seguimos a la espera de soluciones que, a la postre, no atinamos a intuir desde dónde vendrán, por lo tanto debemos asimilar que las dos (aparentes) facciones implicadas hasta la médula en la corrupción, se disputan el poder para tratar de, quimérica o ilícitamente, borrarla de los registros institucionales para evitarse que la justicia prevalezca, y, lo más duro para ellos (ideal para nosotros), devolver los dineros que pertenecen al pueblo ecuatoriano.
El pueblo clama por una reestructuración integral del Estado que garantice la independencia total de sus poderes, a través de una Asamblea Constituyente, y que evite además el retorno de quienes se consideran dueños del país y su patrimonio. Para esto, al supremo mandante, el pueblo ecuatoriano, le corresponde mediante una batalla definitiva: “…dotarle de significado y razón a su vida, liberándose de las ataduras que le vienen impuestas desde afuera…”, e impedir que “… la perversidad humana continúe materializándose”.
Nos queda, “…una tarea pesada y liberadora a la vez: Solo la responsabilidad personal, pura y cruda…”. Nada que se parezca a: “Es que todos los gobiernos han robado” o “Dios sabe cómo hace las cosas”.