Para todo niño y aun para adultos, la emoción de volar y ver del tamaño de hormigas a la gente que se quedó abajo, es irreemplazable; esta emoción es similar incluso cuando el avión se trata de uno que ya no vuela y ha envejecido al pasar de los años, el descuido o la poca importancia que se le ha dado pese a sus cualidades; pues hace tiempo sirvió de escenario para teatreros y titiriteros.
Hoy, del airoso avión de La Carolina, no queda sino un conjunto de latas unidas más, con la ilusión de centenares de niños que con pernos o remaches. Niños que pueden estar poniendo en peligro su vida al subir hasta cerca de la cabina para deslizarse por un “tobogán” que de tramo en tramo muestra afiladas latas como dientes de tiburón o le faltan en el camino segmentos que son una llamada a caer al vacío.
Su mantenimiento no va a costar la mitad del presupuesto del Municipio, será mínimo seguramente, pero en época de elecciones, será bien visto por los votantes; aprovechen como siempre señores candidatos a la reelección. O al menos, pueden enviar a unos dos policías metropolitanos, agenciosos como en “pico y placa”, que adviertan a los niños que por ahí pasó el descuido y el avión ya no despegará más.