La sensación o apariencia de libertad, y más no el ejercicio pleno de ella que es lo que actualmente estamos viviendo los ecuatorianos con este Gobierno, es una situación que ha empezado a agudizarse dramáticamente, y aquello se está dando, entre otras cosas, porque el Presidente persiste en querer imponernos contra viento y marea y al precio que sea una Ley de Comunicación amordazadora, lo que está generando un creciente y justificado malestar en la ciudadanía, la cual -definitivamente- ya no podrá a muy corto plazo, expresar libre y democráticamente sus ideas, pensamientos, opiniones y, en última instancia, su palabra a que tiene pleno derecho, a pesar de los –en apariencia– convincentes argumentos y razones que suele esgrimir el Jefe de Estado en las mil y una alocuciones y foros en los que interviene cotidianamente; a través de los cuales da rienda suelta a lo que es su fuerte, es decir, a su discurso grandilocuente y demagógico, en virtud de la extrema facilidad de palabra que, eso sí, hay que reconocer, posee.
Solo está en nosotros el procurar enfrentar y solventar este acuciante problema en momentos extremadamente duros y difíciles que hoy atraviesa nuestra endeble democracia.