Con dicha frase graficaba mi padre su mensaje: jamás irrespetar a las damas, por grave que sea el motivo o supuesto motivo.
No niego que en ocasiones “se nos va” alguna expresión; pero, de allí a agredir física o sexualmente a una mujer, hay una sideral distancia.
Los medios de comunicación nos informan que seis de cada 10 mujeres son agredidas en forma material por su pareja, lo cual querría decir que el 60% de los hombres serían miserables y cobardes. No creo que sea tanto; pero, cualquiera que fuese el real porcentaje, los “machos” que cubren el rango deben tener muchos complejos y limitaciones. Como añadía mi padre: “algo esconden”. Se dirá que 40 millones de años de recorrido biológico del macho le hicieron violento. Pero, en el mismo tiempo, también aprendió a proteger y querer a su hembra. Se dirá que esta saña es producto de educar a los niños en escenarios violentos. Pues, entonces, por allí comencemos a enmendar. Pero, hasta que esta larga solución generacional funcione, algo debemos hacer con los agresores actuales.
Quizás el funcionamiento de centros especiales, con gente preparada, sirva. Pero, mientras tanto, estas personas al menos deben saber que merecen el desprecio total. El proceder de estos sujetos es hipócrita.