Si yo evito los ultraprocesados, ¿por qué se los doy a mi hijo?
El consumo frecuente de productos ultraprocesados está asociado con el desarrollo de enfermedades como el sobrepeso y la obesidad. Foto: Pexels
Antes de ir al supermercado casi siempre elaboro mi lista de compras. Priman alimentos como la quinua, arroz, papas, avena, leche, queso y toda la variedad de leguminosas que se puedan imaginar. Son mis favoritas porque son económicas, nutritivas y fáciles de preparar; un buen refrito, agua y ¡listo! Tendrán menestra para toda la semana.
Los productos ultraprocesados están fuera de mi plan de alimentación desde hace algún tiempo, pero ¿qué pasa con la dieta de mi hijo? Reflexioné sobre esto hace poco, mientras ubicaba los alimentos en la despensa. Yo los organizo por categorías: granos-cereales-harinas. No supe dónde colocar las galletas, los chocolates y las famosas botanas. Al final los almacené en un penúltimo cajón, como queriendo esconderlos.
Eliminé los ultraprocesados de mi día a día porque son productos que contienen altas cantidades de sal, azúcar y grasas saturadas; pueden alterar nuestra salud si los consumimos con frecuencia y en exceso. También porque muchos de esos contienen ingredientes imposibles de pronunciar y cuando aquello sucede es mejor evitarlos. Esa fue la sugerencia de una de las nutricionistas que colabora conmigo en mis temas de Bienestar.
Entonces, ¿por qué se los doy a mi hijo? No encontré una buena respuesta. Iba a decir que se los compró para que se ponga feliz, pero la verdad es que él se pone realmente feliz cuando le brindo chochos con tomate y limón o cuando le doy plátano picado con chocolate y un poco de miel de abeja. También queda bastante agradecido cuando desayuna tigrillo o unos huevitos a la cazuela. Esos platillos son verdaderas golosinas para él.
Supongo que me dejé llevar por esos hábitos que dominaron la mayor parte de mi vida. ¿Quién no saltaba en solo pie cuando papá o mamá traían esas galletitas cuadradas rellenas de crema para sumergirlas dentro de un vaso de leche? Yo me terminaba el paquete.
Pero en 1984, por ejemplo, algunos padres carecían de información sobre cómo llevar una alimentación realmente saludable. Yo comía relativamente sano, pero también tenía a los ultraprocesados en la palma de mis manos.
Ahora, encontramos textos científicos con solo dar un clic. También hay expertos que comparten sus conocimientos en las redes sociales. Así que se terminaron los pretextos.
Como está comprobado que mi hijo disfruta de la comida casera opté por variar el menú y hacerlo más atractivo para reducir el consumo de esos otros productos. Obviamente que le compraré un chocolate o una galleta cuando se le apetezca, pero para que ese deseo fluya con espontaneidad dejé de llenar automáticamente ese penúltimo cajón.
¿Les pasó algo parecido a ustedes? Escriban a: pgavilanes@elcomercio.com