Escaparate Cultural

Este es un espacio en el que se exhibirán ideas y reflexiones sobre libros, arte y series de televisión. Parafraseando a Jorge Luis Borges: Que otros se enorgullezcan por lo que han escrito, yo me enorgullezco por lo que he leído y lo que he visto Twitter: @itoflores84

Gabriel Flores

Licenciado en Comunicación Social por la U. Central del Ecuador. Máster en Literatura Hispanoamericana y Ecuatoriana por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Colabora con grupo EL COMERCIO desde el 2014. Escribe para la sección Cultura e Ideas.

‘Los testamentos’

El objetivo de todo régimen totalitario es borrar las huellas del pasado. Destruir lo que existe para refundarlo a su conveniencia. Con el paso del tiempo, los que manejan estos sistemas se convencen que tienen el control absoluto sobre la vida de las personas, sin embargo, olvidan que siempre se abren grietas, por las que se filtran las atrocidades que están cometiendo.

En Gilead, la nación totalitaria, en la que Margaret Atwood ambienta ‘El cuento de la criada’ (1985) y ‘Los testamentos’ (2019), esas grietas se van formando como todo surco en la pared, de forma lenta y con el paso del tiempo. Para evitar que esas fisuras sean visibles, los que ostentan el poder se esmeran, redoblan la vigilancia y castigan a los que piensan o miran distinto.

Lo que olvidan aquellos que deciden qué se hace y qué no dentro de esos regímenes es que esas grietas no solo se forman desde afuera sino también desde adentro y que controlarlas a todas, o predecir cuándo van a aparecer es, a la larga, una tarea imposible. Así lo que muestra Atwood en la novela con la que ganó el Premio Man Boo­ker 2019.

La historia de ‘Los testamentos’ inicia 15 años después del final de la historia que narra Offred, en ‘El cuento de la criada’. Las protagonistas son tres mujeres que cuentan sus testimonios: la malvada tía Lydia que narra su propia historia, y los de dos jóvenes: una que fue criada en Gilead y otra que escapó del régimen cuando era bebé, pero que vuelve entrar de forma clandestina.

Si hay algo que atrapa en la literatura y ahora en las series de televisión es conocer cómo ese personaje al que llegamos a desearle lo peor del mundo o al que cuestionamos cada una de sus acciones se convirtió en lo que es. Se me ocurre que el mejor ejemplo está en Saul Goodman, el abogado que negocia con los narcos en 'Breaking Bad' y al que solo logramos conocer a fondo en ‘Better call Saul’, una de las mejores series del último lustro.

En ‘Los testamentos’ Atwood regala al lector el pasado de Tía Lydia, esa mujer autoritaria y fría que muchas personas detestan después de leer ‘El cuento de la criada’. En una parte de su testimonio narra cómo y por qué se convirtió en esa mujer cuyo sacrificio, obediencia y entrega la volvieron en la cara del terror en Gilead. Al igual que Saul Goodman, Tía Lydia deja ver que averiguar y guardar secretos es otra forma de sobrevivir frente a la hostilidad del mundo.

Al inicio del libro, Atwood coloca una cita de la escritora Ursula K. Le Guin, en la que se lee “la libertad no es un regalo sino un trabajo duro". Antes de conseguir esa libertad las mujeres de Gilead que sobreviven a la caída del régimen ven como mueren miles de otras mujeres. Historias de abusos y crueldad que se conocen gracias a que una de ellas se convence que las grietas del sistema también pueden servir para guardar la otra versión de la historia.

En 'Los Testamentos', la idea de que siempre hay que tener presentes esos giros equivocados del pasado para que no se repitan, se convierte en una constante que acompaña al lector. Lo otro es ese ejercicio de lucha contra el olvido que se encuentra en la escritura testimonial, algo que Svetlana Alexievich, lo ha comprobado desde la no ficción, es trascendental en la sociedad actual.