Esta carta es para E., donde quiera que estés.
Lo último que supe de ti fue que te enteraste de la muerte de Don Guillo, tu padre, cuando ibas manejando por una calle del Centro de Guayaquil y que esa noticia detonó en ti una multitud de recuerdos de tus años de juventud, una vida única e irrepetible que, sin embargo, en algunos pasajes siento que tiene conexiones con mi propia existencia.
Nacimos y crecimos en el mismo país pero en distintas ciudades. Tú, en medio del calor y la humedad del ‘Manso’, como muchos serranos llamamos a Guayaquil y yo, aguantando el clima bipolar de Quito -seguro escuchaste eso de que acá te puedes sancochar por el calor de la mañana y congelarte con el frío y la lluvia de la tarde-.
Creo que comencé hablando del clima porque recuerdo con claridad tus descripciones sobre las calles, las casas y los edificios de La Habana, esa ciudad mítica y decadente donde viviste unos meses y en donde te iniciaste en la vida sexual, junto a Jamila, esa mulata cósmica que poco después dejaste y convertiste en un recuerdo que se guardó en un cajita.
A Jamila la tengo presente porque siento que de alguna forma ella te volvió a conectar con tu padre. ¿No crees que si ella no te hubiera regalado, con dedicatoria incluida, ‘La guerra de guerrillas’ del Che Guevara nunca hubieras tenido un buen pretexto para visitarlo aquel día, en el Palacio de Justicia, donde trabajó como abogado y luego como juez?
Pues yo sí lo creo E. El punto es que aquel reencuentro con tu padre te marcó la vida. ¿Te has dado cuenta que los padres siempre están definiendo la existencia de sus hijos para bien o para mal estén o no presentes? Recuerdo que en algún momento admiré tu valentía para ir en su búsqueda, porque hay que ser valiente para darle otra oportunidad a alguien que te abandonó y que te borró de su vida.
Yo intenté ser valiente muchas veces E., pero siempre me ganó el miedo. No sé si mi padre, como te pasó a ti, lo hizo por sus ideales revolucionarios. Ojalá algún día me puedas contar a detalle que se siente saber que el hombre que te engendró prefirió seguir los pasos, con huellas llenas de sangre, de Fidel Castro, Mao Tse-tung, Camilo Cienfuegos, o el Che Guevara y no las de su hijo.
Durante un tiempo de mi adolescencia, al igual que tú, estuve interesado en la figura del ‘Che’. Recuerdo que un día fui a uno de esos puestos de libros usados que se montaban en el parque de El Ejido y compré una de sus tantas biografías. Lo recordé justo en el pasaje en el que hablas de las semanas que él vivió en Guayaquil y sobre las amistades que hizo.
¿Te imaginas que fuera posible comprobar que los amigos que tuvo el ‘Che’ Guevara en el ‘Manso’ eran homosexuales? Pagaría por ver cómo Fidel se retuerce dentro de su tumba al saber que el ícono de su revolución intimaba con personas que él degradó y anuló durante sus años como líder de una revolución fracasada.
Por esos años de juventud, como te pasó a ti, a mí también me interesó la figura del subcomandante Marcos y tuve curiosidad por conocer la historia de Alfaro Vive Carajo. A ratos pienso que tu padre sabía más de lo que te contó, en esas noches de bohemia que compartieron, sobre el lugar en el que estaba escondida la espada de Eloy Alfaro.
Aunque te parezca mucha la coincidencia, tengo que contarte de mi afición por The Beatles pero especialmente por Eleanor Rigby esa canción que siempre está rondando tu memoria sonora. Finalmente E. concuerdo contigo en que si mi padre es un hombre futuro yo soy un hombre pasado.
*E. es el personaje principal y el narrador de ‘Un hombre futuro’, novela del escritor guayaquileño Ernesto Carrión.