Lo monstruoso en los relatos de María Fernanda Ampuero se ha convertido en una potencia telúrica que sacude, espanta, seduce, encanta y repele al mismo tiempo y con la misma fuerza. Sus monstruos habitan mundos cercanos: el barrio, el colegio, el trabajo, el círculo de amigos pero, sobre todo, están metidos en las profundidades de la vida familiar.
En ‘Sacrificios humanos’, cuya edición ecuatoriana llegó a las librerías del país esta semana, lo monstruoso cobra vida en historias como ‘Biografía’. En este relato, Ampuero narra la historia de una mujer migrante que acepta trabajar para un hombre que no conoce y que vive en un pueblo inmundo, en las entrañas de un país que todos los días le es más ajeno.
La soledad y el abandono que experimenta esta mujer son tan profundos que aterran, tan inhumanos que paralizan y tan miserables que indignan. El pavor que recorre su existencia está atado, como una siamesa, a la crisis económica que vivió el país, a finales de los años noventa del siglo pasado y a la desaparición diaria de miles de mujeres.
En ‘Creyentes’, Ampuero enmascara al monstruo en la figura de dos jóvenes extranjeros blancos, rubios y de ojos azules, que durante el día se dedican a predicar su fe y que por las noches guardan sus máscaras de buenos hombres para saciar, a costa de otras vidas, sus placeres sexuales. Viven en un cuartucho que arriendan a una mujer llamada María.
La historia está ambientada en los días que antecedieron a la masacre de obreros que se vivió en Guayaquil, el 15 de noviembre de 1922 y que Joaquín Gallegos Lara narró en ‘Las cruces sobre el agua’. El hervidero de manifestaciones y tragedias que suceden en la ciudad son usados para llamar la atención sobre algo más urgente, el abuso sexual a menores de edad.
En estos relatos, Ampuero apela al uso constante de diminutivos, como una estrategia narrativa para volver más cercanas las historias. Asimismo, apuesta por conectar a sus monstruos con problemáticas sociales estrechamente vinculadas a la realidad social del país. En ‘Invasiones’, por ejemplo, ilumina la durísima vida que tienen las personas sin hogar.
En este relato el monstruo se enmascara en la piel de un padre de familia, que lucha por el bienestar de su familia. Para protegerla no le importa que otros pierden todo, inclusive a sus seres queridos. Lo más aterrador es que tampoco le importa que su esposa y sus hijos sean testigos del monstruo que lo habita y que será el causante de su soledad futura.
En este libro, la monstruosidad también toma la apariencia de un joven estadounidense que se casa con una joven migrante ecuatoriana que se dedica a la manicura. Al poco tiempo, a él ya no le importa que ella lo vea sin su máscara y comienza a maltratarla de forma sistemática, primero a través de insultos y luego de agresiones físicas que incluyen violación.
En este relato titulado ‘Lorena’, rescata la historia de Lorena Gallo desde una visión distinta a la de los años noventa. El morbo fálico que se coló en los titulares de los noticieros y las portadas de la prensa de EE.UU. es reemplazado por la realidad de la violencia que viven millones de mujeres dentro de sus casas y que se ha intensificado con la pandemia.