Al final, Hernán Darío Gómez se fue de la Tricolor gracias a un acuerdo en que la indemnización, cercana a los USD 1 680 000, será cancelada en cómodas cuotitas y sin intereses, como si se tratara de un microondas. Y eso que el entrenador se bajó bastante del monto que el contrato estipulaba como indemnización, un ofertón que los dirigentes no podían despreciar.
La Ecuafútbol, además, apeló a un crédito bancario para honrar esta deuda, que será saldada en 12 meses, lo que indica el mal estado de las arcas de la Federación, situada a años luz de su era de bonanza.
Sí, suena a platita botada, sobre todo si se paga a alguien que, además de haber rendido muy poco, nos llevó por un discurso derrotista que estaba justificado para el año 2000, cuando Ecuador era casi nada en el fútbol internacional, salvo las dos finales perdidas de la Libertadores. 18 años después, Ecuador fue a tres mundiales (sin contar los de las categorías menores), colocó jugadores en el exterior como nunca antes y un club dejó atrás el síndrome de los festejos de los casi-títulos. Después de esos logros, modestos pero palpables, sonaba a afrenta exclamar que Ecuador estaba en la cola de la región.
Pensándolo mejor, el ‘Bolillo’ quizás tenía razón y, en efecto, el talento de la Tricolor no es el de antes. Pero pagar a quien vendió la aceptación de derrota sin resistirse será lo más doloroso de cada cuotita.