Cuando las tropas de EE.UU. empezaban a tocar la retirada del territorio afgano, por una decisión que había tomado el expresidente Donald Trump y que cumplió Joseph Biden, quedaba un sabor amargo.
El debate planetario sobre el rol de las grandes potencias, la ocupación militar y el papel de gendarme del mundo occidental volvía a discutirse en círculos académicos, sociales y políticos.
Poco a poco, fueron bajando de las agrestes montañas afganas los grupos armados de los guerrilleros talibanes, una milicia sunita de tesis radicales y visión extrema de la sociedad concebida desde posturas religiosas integristas.
Así, los combates fueron desnudando la debilidad del ejército de Afganistán y cuando los expertos estimaban en al menos tres meses la posible caída de Kabul, la capital sucumbió en manos de los rebeles que imponen su terror.
Esa imagen esperpéntica provoca un déjà vu, una pesadilla, ciertamente de lo que fueron los años en que el Talibán ocupó el poder e impuso sus modos y costumbres a sangre y fuego.
Enseguida volvió a mi recuerdo el perplejo relato de una novela titulada ‘El librero de Kabul’. Es una historia que hoy cabe revivir para desmarañar las complejidades de la sociedad afgana y los avatares de su antigua historia de ocupación, gobiernos de emiratos y la época de los talibanes, que no es un cuento de hadas sino un relato que parece emerger del averno en pleno siglo XXI.
Asne Seierstad es una periodista noruega que llegó a Afganistán para escribir notas periodísticas. La fascinación y la curiosidad le llevaron a sumergirse en la vida cotidiana encontrando cobijo en la casa de un prestigioso librero llamado Sultan Khan. Conoció su librería, sabía de las preferencias de sus clientes, de aquellos libros que circulaban casi de modo clandestino, en vista de las restricciones y tejió una experiencia de vida en la propia familia de quien, por su formación de librero, era una especie de ‘rara avis’ entre los suyos.
Volver a sentir el grito desesperado de ya cerca de medio millón de afganos huyendo con un pequeño atado de lo que puede ser el horror de la dictadura del nuevo emirato Talibán provoca ese sentimiento de desobligo y consternación.
La historia de las mujeres tiene su capítulo especial. Condenadas al uso de la burka, que apenas sugiere su mirada e impide que se comunique con los demás, casi ni con la misma familia ni amistades. Sacrificadas como esclavas para servir a sus padres, a sus hermanos, a sus hijos y a sus maridos; estudiar, atreverse a pensar, tener amores o ideas personales, es correr el peligro de volver a ser proscritas con el retorno Talibán.
Los castigos corporales, las lapidaciones y las acusaciones de blasfemia pueden aflorar, más allá de las promesas de los talibanes que se toman de a poco el poder y van a instalar su atávica visión.
Afganistán es crucial en la geografía de Asia. Desde la antigüedad, caravanas de comerciantes y contrabandistas surcaron sus montañas. Cuando la geopolítica todavía existe este déjà vu patea el tablero. Preocupa la triste suerte de su gente curtida por el sol, por la aridez.