Nueve de cada 10 ecuatorianos no ha recibido información sobre educación financiera, según una encuesta efectuada por el Banco Central del Ecuador. Si esa cifra se aplicaría como una calificación o evaluación en escuelas o colegios, los ecuatorianos tendríamos que repetir el año.
Esta pésima nota tiene implicaciones sociales que son profundas y bastante difíciles de modificar. A la final estamos hablando de una costumbre o un hábito, que en el caso de Ecuador es poco común.
La falta de educación financiera en Ecuador es un problema grave porque muestra varias realidades dolorosas. Primero, se nota claramente que no existe una cultura de ahorro entre los ecuatorianos y que la norma es gastar más de lo que se tiene. El ecuatoriano, decía años atrás un investigador de mercados, se gasta la plata que todavía no tiene, que todavía no recibe.
Se entiende, además, que los hogares ecuatorianos no planifican sus gastos y las pocas veces que lo hacen cometen errores que cuestan caro, muy caro.
Tras la encuesta del Central también se advierte que las instituciones financieras tienen un largo camino para educar a sus clientes en temas de ahorro, consumo y planificación en el uso de su dinero.
Otra realidad que se evidencia es la necesidad de que escuelas y colegios incorporen de manera sostenida materias vinculadas a la educación financiera. Así, se esperaría que las nuevas generaciones desarrollen hábitos financieros saludables.
El asunto, como vemos, es complicado. Pero también es una oportunidad para mejorar las maneras en las que los ecuatorianos usamos, gastamos o invertimos el dinero.
Es un tema de disciplina, pero también de sentido común (el menos común de los sentidos). Es un reto para todos los actores de la sociedad en general.
Esperemos que estas costumbres mejoren y que en una próxima medición de educación financiera el país obtenga una mejor nota.