El grito desgarrador de una madre rompe el silencio del velorio, retumba en los oídos, cuando sin fuerza, como una sombra negra, se acerca al féretro de su hijo. Esa fémina se ha achicado con sólo la idea de que, el ser que nació de su vientre, ahora yace inerte frente a ella. Una fuerza animal se apodera de ella como poderoso vendaval, cuando sus ojos se posan sobre el rostro que nunca más sonreirá ni llorará y el brillo de sus ojos ya nunca más será. Ese grito resuena en los corazones de quienes la rodean y a la par brotan las lágrimas con la misma fuerza que el doloroso aullido de la madre que no logra comprenderlo. Fiel creyente, la fe se desvanece en esos momentos, aunque después se agarre de ella para sobrevivir ante la muerte incomprensible de jóvenes hombres y mujeres que parten, dejando recuerdos, sonrisas, hijos propios, esposas y a una madre sin el poder de la razón para comprender lo incomprensible: la muerte de un hijo.
No hay palabra capaz de explicar un suceso que no tiene nombre. Cuando muere el padre, el hijo es huérfano; cuando muere la esposa él queda viudo. Pero el idioma aún no concibe una palabra para describir a una madre cuyo hijo se le adelanta, rompiendo en mil pedazos, negando las leyes naturales. No habrá consuelo alguno que soporte el dolor, el peso de un cuerpo que no comprende la razón de la vida. Por fugaces momentos, desearía que sea su materia la que ocupa el féretro y no aquella de su hijo.
En poco tiempo; años, meses, días, he vivido de cerca, junto a mujeres madres la pérdida de sus hijos de manera inexplicable, enfermedades, muertes súbitas, accidentes. Parten seres humanos valiosos, en plena flor, que nos dejan el corazón partido, las lágrimas que afloran ante los recuerdos y las lenguas anudadas en palabras que pretenden ser consuelo pero que no lo son, porque no existe tal sentimiento ante la partida del hijo o hija que un día, como milagro de vida, nació de sus entrañas .
No importa si son jóvenes sencillos o famosos. No importan los logros durante su vida porque para una madre sus hijos valen oro. Sus recuerdos de infancia, sus primeros ruidos y sonrisas, las primeras palabras y pasos, sus avances, alegrías y penas. Si se casaron y tuvieron hijos el dolor será aún peor. Pretenderá ser doblemente madre para esos niños y se reforzará. Las memorias serán su fuerza y su alegría por lo menos de aquellos años que lo tuvo junto a ella.
Y como la misma naturaleza, con fuerza imbatible y propia de la vida, se reponen, casi florecen, para seguir llenando los espacios de sus otros hijos y nietos.
Este es un homenaje a aquellas madres que, valientes guerreras, representan en dos piernas la fuerza de la vida misma, el inicio y el final. A las madres de Andrés, Rodrigo, María José, Sebastián, Chucho, Alberto, María Teresa, Karina, Salomé…