El mundo ha dejado a un lado los debates políticos. Las incidencias del cambio climático y las guerras quedan fuera de foco por la pandemia.
El virus que se inició en la China, que pronto paralizó la ciudad de Wuhan, causó asombro y temor.
Allí, las medidas fueron drásticas, a tal punto que hoy en día -siempre ateniéndonos a las cifras oficiales-, aparentemente el virus no crece.
Habría que ver si un eventual rebrote no cunde o vuelve a causar estragos peligrosos o mortales.
Por ahora la situación sigue siendo crítica en países con buen status sanitario. Italia, España, aun Francia y Alemania, en Europa, asustan.
Estados Unidos partió de una postura de incredulidad; esa fue la primera actitud del Presidente. Donald Trump, empero, ahora sí ha tenido que preocuparse en serio.
Rodeado de sus asesores en salud y ciencias, amplía las medidas de control y advierte que en EE.UU., los fallecidos podrían llegar a 100 000.
En Centro y Sudamérica las cifras siguen creciendo. Y las medidas restrictivas, ajustándose. Ecuador está entre los primeros de la lista.
Pese a los anuncios oficiales la paralización de buena parte del mundo podría extenderse más allá de la primera quincena de abril, o todavía más, en varios países del planeta.
Sobre las cifras de África, la información es muy incierta. Si en las primeras semanas apenas se registraban casos, ahora van in crescendo.
La falta de agua potable y la pobreza extrema podrían agravar la situación. Los ecuatorianos lo sabemos.
Las cifras mundiales de contagiados superan las 900 000 personas. Los muertos bordean los 50 000.
Por ahora el mundo se extraña de la contención del covid-19 en Corea del Sur y de datos que vienen de países como Singapur, Japón o Taiwán.
Sería deseable que las experiencias, donde casi no ha habido que aplicar medidas restrictivas como las que vemos en Washington, Nueva York, Roma o Madrid, se comunicaran y se expandiera esa fórmula.
La cooperación económica y científica debiera ser patrimonio, ese sí, contagiado a todo el mundo.