En la discoteca Factory murieron 19 personas después de un incendio ocasionado por bengalas y un escenario inflamable. La salida de emergencia del local se encontraba bloqueada. Foto: Archivo EL COMERCIO

En la discoteca Factory murieron 19 personas después de un incendio ocasionado por bengalas y un escenario inflamable. La salida de emergencia del local se encontraba bloqueada. Foto: Archivo EL COMERCIO

Factory, 10 años: ¿Qué ha cambiado para la comunidad roquera ecuatoriana?

En la discoteca Factory murieron 19 personas después de un incendio ocasionado por bengalas y un escenario inflamable. La salida de emergencia del local se encontraba bloqueada. Foto: Archivo EL COMERCIO

La jornada de Daniel Calderón se inició temprano, a las 09:00 de ese 19 de abril de 2008. A esa hora ensayó con su banda, Zelestial, “porque queríamos dar un buen show”, relata. Su papá, Fidel, los pasó a recoger al repaso en la casa del vocalista, Mauricio Machado. “Nos fuimos a comer unos encebollados y nos empezamos a maquillar. El ambiente era medio tenso, no era normal”, dice. Afinaron sus instrumentos y guardaron sus cosas. La práctica salió bien. “Íbamos a lanzar la propuesta del nuevo disco que estábamos haciendo”. La banda atravesaba un proceso de cambio; había nuevos integrantes, así que tenían previsto modificar las armonías.

“Llegamos al concierto. Había todavía poca gente. El ambiente era de un concierto gótico, así que era oscuro. Encendieron antorchas como parte del show. Todas las bandas estuvieron bien, a la altura”. Zelestial debía cerrar después de Vendimia. En la espera, Daniel conversó con su papá y los chicos de su agrupación en la parte trasera del escenario. Alrededor de 15 minutos antes de su presentación, recibió una llamada de su hermano para que lo hiciera ingresar al concierto a verlo tocar. “Estábamos afinando los instrumentos. Yo ya saqué mi guitarra, me la colgué y estaba listo para tocar”.

Calderón asegura que Vendimia ya había utilizado bengalas en shows anteriores. “Una o dos semanas antes casi se incendia un local en el que estábamos haciendo otro evento. Esta vez, como era más grande este sitio, me imagino que pensaron que no iba a pasar nada, pero cuando lanzaron la cuarta o quinta bengala, el lugar ya se prendió”, cuenta.

En el centro del escenario había un ring. “Cuando se inició el fuego en el sitio, toda la gente empezó a correr pero no había cómo salir por el centro, así que todos se lanzaron por los lados".. Se aglomeraron en la puerta principal porque era la única disponible. Había otra detrás del camerino y una de emergencia, pero las dos estaban cerradas con candados gruesos que nadie pudo romper. “Yo alcancé a saltar por la tarima y después se cayó el telón del escenario y se prendió. Por eso no alcanzaron a salir mis amigos. Todo fue en segundos. Mientras íbamos corriendo, caían las esponjas encendidas y a algunas personas, yo las veía y ahí se quedaban, en el camino”.

"Toda la gente estaba amontonada en la puerta, así que empujaban para que la gente saliera. Se me acabó el aire y me desmayé. Yo salí por la gente que iba empujando. Cuando estaba afuera, ya logré respirar”. Pero el fuego ya se había extendido hasta la puerta. “Un minuto después salió mi papá con quemaduras. Me dijo que mis amigos no pudieron salir y que mi hermano también había fallecido”.

“Recuerdo que había mucha confusión. Sacaron a una chica que estaba quemada, bien hinchada”. Un grupo de personas logró abrir un agujero en el baño. Por allí logró salir el baterista de otra banda. “Me dijo que mi hermano venía más atrás, pero que se había regresado por una chica que estaba gritando. Imagino que la quiso ayudar, pero él ya tampoco pudo salir”.

“Los bomberos no se demoraron, pero las ambulancias estaban llenas. Tocó hacer espacio para poder llevar a mi papá al hospital Eugenio Espejo”. Fidel falleció un mes y medio después, dejando huérfana a la hermana de Daniel.

Tras la tragedia en la que fallecieron 19 personas, el movimiento roquero ecuatoriano se visibilizó y sus problemas salieron a la luz. La más importante: la exclusión y discriminación hacia las personas que se identifican con las diversidades culturales. Pero, más allá del discurso, ¿qué cambios se han materializado en favor de la inclusión de esta comunidad?

El estereotipo es un fantasma que ronda a la escena roquera

Luis García, vocal del núcleo Pichincha de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, comenta la percepción que tiene la sociedad en general sobre los roqueros. Desde su perspectiva, “se asume que las culturas urbanas son un peligro. Han pasado 10 años (desde el incendio en Factory) y la estigmatización sigue. La apertura hacia las culturas urbanas sigue manteniéndose únicamente en torno al discurso”.

“Siempre ha sido así”, considera Diego Eivar, promotor de eventos. Para él, la dificultad para obtener espacios radica, entre otros factores, por los estereotipos que giran en torno al rock. “Porque ven gente vestida de negro o porque la música suena fuerte, les incomoda. No se dan las condiciones para hacer un concierto de 100 o 200 personas. Los espacios se han cerrado; esa es la realidad de hoy”.

Para Rubén Barros, quien estuvo a cargo de la organización de conciertos como el de The Doors en Ecuador y en la actualidad es tour manager de bandas europeas, la situación es distinta hoy en día. “En la actualidad existe más apertura. Yo siempre he sido cuidadoso con el tema de la discriminación y el rechazo que muchas personas asumen”.

Para Daniel Calderón, sobreviviente de Factory, la discriminación ya no es un factor del día a día. “Me acuerdo que cuando era adolescente era mucho más difícil ser roquero. Ahora la gente se da cuenta de que por tener el cabello largo, uno no es una mala persona. Soy padre, tengo tres hijos y los demás padres me miran hoy en día de igual a igual”, asegura.

Trabas burocráticas

Pese a que la sociedad y el Estado son, en la actualidad, mucho más abiertos que hace 10 o 20 años con las diversidades culturales, los extensos papeleos, los elevados costos para sacar permisos y los controles inequitativos son factores que hacen que las instituciones públicas también generen un freno a las actividades roqueras.

“Hay todavía ciertas normas que violentan la identidad de estos sectores”, relata Luis García. Él recuerda, particularmente, la reunión del Comité de Seguridad para el espectáculo Rock Revolución, realizado en la Concha Acústica. “La discusión más grande era precisamente en torno hacia que las culturas urbanas son un peligro para la sociedad, que existe un deterioro, que hay un alto consumo de alcohol y estupefacientes… Cosas que no son reales, que se demostró en el evento que en la práctica no era así”. De hecho, asegura que durante el concierto, mientras tocaba Basca, el grupo tuvo que decirle a la gente que las barreras de seguridad del escenario estaban cediendo y que debían echarse para atrás. “La gente se calmó, se organizaron, recogieron las vallas y el espectáculo continuó”, afirma.

Diego Eivar, promotor de conciertos de metal, menciona que durante la organización del Kallpa Metal Fest, “en la reunión con Gestión de Riesgos, tuvimos inconvenientes con la Policía porque, en un lugar donde normalmente se piden 40 efectivos de seguridad privada, nos quisieron poner 200. En este festival, la Policía se portó muy accesible, pero el problema radica en las autoridades que intentan meter miedo”, asegura. En este sentido, el gestor menciona que, “para el concierto de Mon Laferte, las autoridades pidieron entre 50 y 60 efectivos de seguridad privada”. Ambos espectáculos se llevaron a cabo en la plaza de toros Belmonte.  Afull conversó con los promotores del concierto de la artista chilena, quienes confirmaron esta cifra. Sin embargo, matizaron en que las autoridades de control establecen el número de efectivos en torno al aforo que se espera para un evento en particular, mas no en el género musical.

En su momento, se habló de la posibilidad de que el parque Bicentenario fuera adecuado para acoger espectáculos, “pero solo son galpones vacíos”, explica el expromotor Rubén Barros. Aunque se han hecho mega eventos, como los dos conciertos de Metallica, “un promotor mediano no puede hacer ahí un concierto. Yo pienso que el Municipio no ha hecho nada por crear espacios nuevos”, agrega.

“El problema radica también en los controles policiales. Por ejemplo, cuando te quitan tu correa, cuando te quitan los zapatos para ver qué llevas o los controles excesivos de seguridad. Desde ahí se va viendo una estigmatización tenaz de parte de las autoridades” agrega Eivar. “El cacheo es la gran diferencia. Por ejemplo, cuando fui al concierto de Roberto Carlos, no me revisaron ni la mochila. Pero vas a un concierto de rock y te revisan absolutamente todo: bebidas, mochilas..”, asegura.

Eivar asegura que las restricciones ahora han ido más lejos aún. “Ha salido una nueva normativa de parte de Gestión de Riesgos donde no te dejan ingresar con niños menores de 13 años a un concierto. O sea, ahora ni siquiera los padres pueden entrar con sus hijos a este tipo de eventos, lo cual lo vemos como totalmente exagerado”.

Luis García, vocal de la CCE núcleo Pichincha, afirma que “es necesario tener un control muy minucioso a lo que establecen los Bomberos, la Policía Nacional, la presencia de ambulancias, con el tema del cableado, etc”. Pero manifiesta también que esto debe ir “acompañado de un tratamiento en el cual los entes y organismos de control vayan trabajando de la mano, tanto con la organización como con el público”.

La industria musical en Ecuador

Después de su experiencia con  Zelestial, Daniel Calderón toca hoy en una banda llamada Mashmak. Él dice que “hay más apoyo. Pero todo funciona con 'amarres'. Se dan los presupuestos a los amigos para hacer eventos, grabar discos, patrocinar giras fuera del país. Entonces, el apoyo ha aumentado, pero se queda sectorizado dentro de esa gente que está ahí”.

Para el tour manager Rubén Barros, en estos 10 años hubo mucha gratuidad en los eventos y el público se acostumbró a no pagar. De esta manera, dejó de asistir a conciertos que tenían un valor económico. Esto hizo más difícil el auge de bandas nuevas, por la falta de ingresos. A pesar de ello, hay un incremento considerable en el número de grupos, "esto sucedió más por amor al arte que por un beneficio económico", asegura.

Según Barros, si se compara al país con grandes capitales como México, Bogotá, Lima o Santiago, hay una “diferencia enorme” en cuanto a audiencias y espacios. Los promotores de estas ciudades tienen una “mayor facilidad para conseguir locales para audiencias pequeñas o grandes”. Por otro lado, “en todos estos mercados existen promotores que realizan las cosas de manera profesional y no por ser ‘underground’. Ellos llevan las cosas muy en serio”, sentencia.

Clandestinidad

Producto de las trabas burocráticas para realizar eventos en sitios aprobados por las autoridades, la opción que surge es la clandestinidad, asegura Marcelo Negrete, activista y coautor del informe de la Fundación Regional de Asesoría en Derechos Humanos (Inredh) sobre el caso Factory.“Tenemos bandas emergentes que están generando sus públicos. Pero ¿dónde los generan? Ni siquiera pueden acceder a los festivales porque existe una complicidad. Si tú revisas los afiches, siempre son las mismas agrupaciones. No ha habido un cambio generacional, entonces la gente busca sus nuevos espacios: en bares, en casas culturales… Lugares que a veces no cuentan con las medidas necesarias de seguridad y nuevamente entramos en la dinámica de la vulnerabilidad”.

Este no es un problema exclusivo del rock. Negrete menciona el caso de las llamadas ‘caídas’: “Hace unos meses, hubo un chico que murió en una fiesta clandestina ¿Qué es lo que está pasando con los jóvenes en la actualidad? No existen políticas que respalden sus decisiones. Entonces tienen que operar en la clandestinidad para realizar sus actividades. Esto quiere decir que existe una visión adultocéntrica y de falta de compromisos por parte de las personas que administran las instituciones públicas del país”.

A decir de Rubén Barros, la lección no la han aprendido ni promotores ni autoridades. “Existe mucha irresponsabilidad de promotores que hacen shows en casas abandonadas, en lugares que no son aptos para recibir a un público de 100 o 200 personas”.

Luis García comenta que, desde la tragedia en la discoteca del sur de Quito, han existido cambios. “Los espacios en que tocábamos hace 15 años eran totalmente privados. La típica casa comunal, pequeña, sin la adecuación real para poder realizar un evento, fábricas o galpones abandonados. Y, de hecho, Factory era precisamente eso; un galpón que no cumplía con ninguna norma técnica”.

“Ahora hay un mayor acceso al espacio público, pero sigue teniendo condicionantes. Y hay espacios, como la Casa de la Cultura, que se siguen manejando como privados porque tanto el Ágora como el Teatro Nacional siguen con una visión totalmente elitista que no genera acceso hacia todas las diversidades. Por más que uno trate de tomarse esos espacios, no dejan de ser limitantes”, sentencia. García no cree que el problema radique en la falta de espacios. “Lo que más hay son espacios. Lo que falta es apropiarse de ellos y convertirlos en espacios culturales”.

Pero el público no es el único afectado con la informalidad que toman los eventos de rock, también es un factor que dificulta la vida a los artistas. “La gente no vive de la música porque en este país no se reconoce a los artistas. Normalmente tocan de manera casi gratuita, casi no tienen garantías y nadie toma cartas en el asunto. Entonces, existe este espacio de clandestinidad que no es ocasionado por nosotros mismos, sino que es un contexto institucional que nos lleva a esto”, opina 

Un llamado a las autoridades

Para Luis García, la responsabilidad en casos como el de Factory no puede ser únicamente de los organizadores de los espectáculos. “No creo que pueda recaer sobre una persona o un sector. Es una responsabilidad que se debe reconocer en conjunto”, considera. Para evitar que la historia se repita, “las autoridades deberían emprender una campaña que reúna a todas las culturas: el rock, el reguetón, el hip hop. Deberían dar apertura de espacios para este tipo de eventos”, dice por su parte Diego Eivar.

En cuando al aspecto judicial, todavía existen aristas del caso de la discoteca que aún no han tenido un cierre. “El tema Factory nos tiene que llevar a una reflexión porque no se han resuelto los juicios que quedan pendientes. Eso está en stand-by. No existe una decisión política para saber exactamente lo que ocurrió”, manifiesta Marcelo Negrete.

Daniel Calderón asegura que, cuando se hicieron las investigaciones, “salió un papel que decía que los vecinos de alrededor de Factory, como había tres discotecas, se quejaban que hacían mucha bulla, entonces les obligaron a poner esponjas en los techos para que el lugar se insonorice (ese material fue el que se encendió con las bengalas). El lugar tenía permisos de funcionamiento, pero estaban vencidos. Y la Policía estaba incluso afuera del predio cuando nosotros ingresamos. Ellos sabían que había el evento”.

El Municipio de Quito expropió el predio. Hoy funciona allí el Parque de las Diversidades, pero Calderón cree que debería venderse la propiedad para indemnizar a los afectados.