Un grupo de policías en Ibarra. Foto: Álvaro Pineda para EL COMERCIO
El trabajo de los policías en temas de violencia intrafamiliar genera más discusión. Para María Fernanda Yaulema, directora de la Fundación Gaby Díaz, los policías que acuden a las llamadas de auxilio por violencia intrafamiliar requieren más capacitación y una actitud sensible a la situación.
A ese centro de acogida, que funciona en el centro histórico de Riobamba, ingresan mujeres y niños víctimas de violencia.
En el 2016 llegó Gabriela, una chica de 27 años. Ella fue víctima de acoso y violencia de un hombre al menos 20 años mayor que ella.
“Nunca sostuve una relación sentimental con él, todo estaba en su mente”, dice. Luego asegura: “Él me enviaba mensajes amenazantes, decía que yo sería suya a las buenas o a las malas, me perseguía, me dejaba regalos y me llevaba serenatas y yo tenía miedo”.
En septiembre de ese mismo año, el hombre llegó a su casa cerca de las 23:00. Gabriela asegura que él estaba ebrio y que la amenazaba por teléfono.
“Luego empezó a sonar música de serenata. Llamé a la Policía y cuando la patrulla llegó los vigilantes empezaron a burlarse de mí. Me dijeron que él era libre de expresar sus sentimientos y que yo era una mala persona por no aceptar sus muestras de amor”, recuerda.
Yaulema cuenta que ese no es el único caso que se ha denunciado en la Fundación. “Las mujeres pierden la confianza de denunciar, porque se convierten en víctimas de la tosquedad y las burlas de quienes deberían socorrerlas”.