Fabián Tello, de 16 años, cursa el tercero de bachillerato; quiere seguir Leyes. Foto: Diego Pallero / EL COMERCIO
Siempre se incomodaba cuando la llamaban princesa o señorita. En la escuela le molestaba usar falda, pues rechazaba eso que la mayoría relaciona con la identidad femenina; también las muñecas que le regalaban y las prendas rosadas. A veces pensaba que todos estaban equivocados, ¿no veían quién era? Aún no sabía qué implicaba ser trans, pero no se sentía una niña, una mujer.
Fabián Tello tiene 16 años y ocho meses. Desde los 13 dejó atrás a la persona que nació con genitales femeninos. Y le confesó a su mamá, a través de una carta, que se sentía un hombre. Tuvo una etapa previa en la que creyó que era lesbiana o tomboy (chica poco femenina). En su búsqueda por encontrarse vio algo del programa televisivo de Jazz Jennings, activista trans estadounidense, que documentó su transición, desde los 6 años.
También le sirvió el testimonio de la cantante Karina, quien en el 2016 ya habló abiertamente de su hijo transmasculino. Era lo que le pasaba a él.
En su vivienda en el norte de Quito muestra la bandera trans: el celeste representa a los varones; el rosa, a las mujeres; y el blanco, la transición entre un género y otro. Recién hace unos cuatro años flamea en las convocatorias de los Glbti (gais, lesbianas, transexuales e intersexo). Las personas de la ‘t’, los trans, tuvieron una participación activa en la despenalización, en 1997.
Tiempo atrás, las organizaciones habían presentado una acción de inconstitucionalidad al primer inciso del artículo 516 del Código Penal vigente. En ese punto se tipificaba a la homosexualidad como delito, con una pena de cuatro a ocho años de prisión. La agrupación trans Coccinelle recogió firmas, pese a que al ser las más visibles eran blanco de atropellos, persecución y abusos en los ochenta y noventa.
Luego de 23 años, esta población aún lucha por derechos. Fabián quiere que se escuche la voz de niños y adolescentes como él. Hace dos años se vinculó al Proyecto Transgénero y a la Fraternidad Trans Masculina. Se siente comprendido por chicos que pasan por procesos similares; sabe cómo reaccionar ante comentarios irónicos de “tú sí eres un verdadero varón”, de otros colegiales.
Al hablar de su familia se refiere a él mismo como el hermano menor. “Éramos tres hermanas, las mayores de 24 y 27”, dice. En agosto se sometió a una mastectomía (extracción de mamas) y desde hace más de un año empezó terapia de reemplazo hormonal. Todo por cuenta de su familia; ni el sistema público de salud ni el IESS cubren esos tratamientos.
No ha accedido al cambio de nombre legal. Pero en el colegio privado en donde estudia, luego de un oficio y diálogos, aceptaron llamarlo Fabián.
En Ecuador, en el 2016 se aprobó la Ley de Gestión de Identidad y Datos Civiles. Por una sola vez, desde los 18 años, se puede cambiar el nombre y el sexo por el género en la cédula. Según el Registro Civil, hasta este mes 1 464 personas trans han realizado el trámite.
“Hay mayor visibilización de las personas transgénero. Pero también más rechazo de ciertos grupos, que pisotean derechos”, dice Mariefranci Córdova Aráuz
Mariefranci es el ‘nombre cultural’ de Francisco Córdova Aráuz, nombre legal. La transfemenina, de 42 años, no ha tramitado el cambio. Eso -apunta- no le hace menos mujer. A veces le llaman “la Francisco o la señorita Francisco”. Y ella aprovecha cada oportunidad para explicarles quién es.
Mariefranci lleva 10 años trabajando en la Senescyt y es profesora invitada en la maestría de Estudios de la Cultura en la Universidad Andina. Según su investigación, en el 2013 había 13 personas transgénero empleadas en el sector público. Siete años después son tres además de ella, en el Consejo de la Judicatura, una Secretaría y el Ministerio de Trabajo.
“Mi mejor amiga no terminó ni la educación básica. La mayoría de nosotras no se graduó ni de bachiller, debido a las burlas en el sistema educativo”, cuenta. Entre los Glbti, los transexuales están ampliamente visibilizados, anota. Y eso los ha expuesto a violencia.
“La homofobia aún existe, pese a la despenalización. Pero más fuerte es la transfobia. La lucha de los trans apenas empieza”, señala Lorena Bonilla, madre de una niña trans
Lorena Bonilla sueña con el día en que todo eso sea cosa del pasado. Pero cree que eso implica golpear puertas, poner la cara y exigir al Estado que respete los derechos de todo ecuatoriano. Hace cuatro años,
junto con su esposo, dio paso a la Fundación Amor Fortaleza, para sumar fuerzas con familias de niños y niñas trans, como Amada, de 11 años y medio.
Desde los 6, su hija emprendió su proceso de transición, dejando atrás la ropa, el ‘look’ y la vida de varón. Y hace exactamente dos años hizo historia en el país, al convertirse en la primera niña trans a quien el Registro Civil aceptó un nombre que va con su identidad de género. Entonces dijo que sus papás no sabían que era una niña transgénero, por eso le pusieron nombre de varón.
“A mi hija no la han ‘metido en el clóset”, subraya Lorena. Y rescata que hasta ahora no ha sufrido por su condición, pero quiere, como toda madre, preparar el terreno para que en tanto siga creciendo, no encuentre esas barreras que hasta ahora enfrentan otros como ella y quienes la antecedieron, como las Coccinelle.
“Mi hija y su hermano de 14 años fueron deseados. Hasta los bautizamos; tengo un buen esposo. Nunca le impusimos esta realidad”, precisa. Por ahora vamos -comenta- por la difusión de la guía que salió en el 2019, para evitar discriminación de los Lgbti en las escuelas; porque en el sistema de salud público les den acompañamiento psicológico y si así lo deciden, bloqueadores hormonales y lo que implica salud integral para esta población.