Lourdes tiene 10 años y cambió sus cuadernos por la venta de granos que cultiva en su huerta de la comunidad de Gañil, cantón Saraguro, Loja. En las tardes cuida las siembras y los fines de semana hace venta ambulante. Nunca anda sola. El pasado domingo la acompañaron sus hermanos Stalin, de seis, y Lizbeth, de 14, en la feria libre. Cada uno llevaba fundas de melloco de dos libras por las que pedían USD 1 a las amas de casa que hacían sus compras.
La menor cuenta que desde la pandemia los ocho hermanos ayudan en la agricultura para cubrir lo que falta en la casa. Además, se les facilitó el trabajo porque –hasta hace un mes- tenían solo dos horas de clases virtuales diarias.
El Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) había advertido que cuanto más tiempo permanezcan los niños fuera de las escuelas, mayor sería la posibilidad de que no regresen. Cuatro de los ocho hermanos de Lourdes abandonaron los estudios.
Ella continúa, pero dice que dedica más tiempo a trabajar que a estudiar. Según el Instituto Nacional de Estadística y Censos, antes de la emergencia había 375 342 menores de entre cinco y 17 años trabajando. Unicef refiere que el cierre de las escuelas y el desempleo de los adultos aumentaron esta problemática. Un estudio de World Visión, organización internacional humanitaria, señala que en el 2020 unos 420 000 menores de edad empezaron a trabajar en el país, el 73% está en la agricultura.
En ese grupo está Lourdes. Su padre es albañil y tras el confinamiento estuvo sin trabajo un año. La familia se dedicó a la agricultura para conseguir algún ingreso. Siembran papas, mellocos y ocas y, los niños venden las cosechas los fines de semana.
La misma actividad realiza Wilmer, de 10 años, en Gañil. El pasado domingo caminaba lento por la calle Guayaquil, la principal de la feria, con su mochila repleta de fundas de choclo, fréjol y limones que ofrecía a USD 1. Era el mismo bolso en el que llevó los cuadernos antes de la pandemia.
En el campo, mercados y talleres de Loja, Saraguro, Cuenca, Guayaquil, Cañar, Suscal, Guamote, Chunchi, Riobamba, Morona y casi todas las ciudades del país se evidencia un incremento de trabajo infantil. En Ecuador este está prohibido para menores de 14 años. Los adolescentes de 15 a 17 lo pueden hacer siempre y cuando no limite su educación, no ponga en riesgo la salud, y se cumplan las garantías legales y laborales. Al recorrer las ciudades es fácil encontrar a niños trabajando como vendedores ambulantes o estibadores y en la ruralidad, arando la tierra o cosechando. No hay controles de las instituciones públicas.
Tampoco hay cifras de cuántos estudiantes no se incorporaron al llamado del Ministerio de Educación a las clases presenciales obligatorias en la Sierra y Amazonía, que empezaron el segundo quimestre el pasado 7 de febrero.
Antes del 2020, la deserción educativa alcanzaba a 268 000 menores de edad. Como docente, Rubén Lema, conoce que los menores de la zona rural que todavía no se incorporan a las aulas están dedicados a trabajar, para ayudar a la economía familiar.
Ismael tiene 14 años y cursaba el noveno de básica en una escuela de la parroquia cuencana de Chaucha, pero ya no asiste a clases. Con sus padres y dos hermanos cuidan una hacienda lechera y ganan USD 400 mensuales, comenta el adolescente. A las 05:00 ayuda en el ordeño y luego trabaja en la propiedad de un vecino limpiando los huertos y las tomas de agua. Por el jornal diario le pagan USD 15. Dice que se siente feliz de poder ayudar.
Este año, José también abandonó la escuela porque a su padre lo despidieron de un taller de carpintería y no consigue trabajo fijo. “Lo que gano como estibador les doy a ellos para la comida” dice el adolescente de 11 años. Su padre, Vicente, afirma que su hijo se empeñó en salir a trabajar porque sentía las necesidades que tenían en la casa. “A veces no había para la comida y estábamos muy endeudados y preocupados por el pago del arriendo del departamento”.
Una encuesta sobre Victimización y Percepción Ciudadana realizada por el Consejo de Seguridad Ciudadana reveló que el 37% de los jefes de hogar de la zona rural de Cuenca perdieron su trabajo debido a la pandemia y el 3% de los miembros de la familia que estudiaban lo dejaron de hacer para poder ayudar a sus padres.
Para Lema, ahora el reto de los ministerios de Educación y de Inclusión Económica y Social (MIES) es sacar a los niños del trabajo y reincorporarlos a la educación.Desde la zonal 6 del MIES se informó que como parte del proyecto de Erradicación del Trabajo Infantil están llegando con alimentos y ropa a las familias más vulnerables. Mientras tanto Lourdes y sus hermanos dicen que seguirán trabajando porque es la única forma de sobrevivir.