El espíritu totalitario se resume en la búsqueda del control absoluto. Control sobre lo público y sobre lo privado.
Los bárbaros que ingresaron a la redacción de Charlie Hebdo para asesinar a los caricaturistas no solo buscaban vengar la honra del profeta Mahoma, como dijeron. Lo que querían era controlar la conversación, limitar los temas sobre los que la sociedad puede debatir, pensar o hablar. No hablarás mal del Profeta era el mensaje.
El totalitario pretende limitar el debate básicamente controlando y cortando la información y para eso hay varios mecanismos. Entre esos está la muerte, como escogieron los bárbaros de París.
Cuando el espíritu totalitario alcanza el poder político tiene otros recursos. La ley, por ejemplo. Ocurre en el Ecuador donde hay un marco legal que incluye organismos burocráticos o superintendencias que multan a los caricaturistas cuando consideran que han rebasado los “límites éticos del humor” y que llegan a hacer algo que suena imposible pero que ha llegado a suceder: obligar a que rectifiquen sus caricaturas.
Pero no solo es la ley la que le sirve al espíritu totalitario para controlar lo que la sociedad puede enterarse. Está también el amedrentamiento a través de la amenaza del uso del poder.
Cuando un gobernante aparece en un acto público rompiendo un diario o mostrando la fotografía del periodista que dijo algo que no coincide con la verdad oficial, está utilizando precisamente la herramienta del miedo y la de la amenaza del uso del poder.
El espíritu totalitario tiene muchas formas para controlar la información en su búsqueda de limitar el debate. Cuando no tiene poder político recurre al terrorismo y la violencia como en París. Pero cuando tiene ese poder, prefiere utilizar otras fórmulas mucho menos cruentas pero cuyos resultados pueden llegar a ser parecidos.
El mensaje será siempre el mismo: no hablarás mal del profeta. No importa cuál.