Flavio Paredes, Elena Paucar, Vanessa Vera y Juan Pablo Vintimilla
Sobre las tablas, en las calles y plazas, en los bares, el teatro encuentra sus espacios. Tantos son los géneros y estilos como quienes los interpretan. Del teatro gestual, se puede pasar al de títeres, de lo clásico a lo experimental. El espectador reflexiona en una sala pequeña o se sorprende frente a un gran tablado y, a la salida, ve a un comediante popular y a la vereda como escenario.
DE FESTIVALES Y DRAMATURGIA
La Trinchera, bajo la dirección de Nixon García, desarrolla el festival más antiguo del país. El Internacional de Teatro de Manta llega, este año, a su edición 22.
El Ecuador también ha producido escritores de piezas teatrales. Entre ellos se cuentan Patricio Vallejo, Peky Andino, Isidro Luna, Francisco Aguirre Guarderas, Christian Cortez, José Martínez Queirolo, Arístides Vargas (argentino), entre otros.
En Quito, el teatro parece coexistir con la ciudad, se lo respira al amparo de la Virgen de El Panecillo. Son hartos los recuerdos que se tiene de Don Evaristo, eternizado en bronce sobre una banca de la Plaza del Teatro. Eran otros tiempos, como otros tiempos eran cuando a la Casa de la Cultura llegó el italiano Fabio Paccioni para sembrar el ‘nuevo’ teatro ecuatoriano. Antonio Ordóñez, su alumno, mantiene el Teatro Ensayo en funcionamiento.
Para él, el teatro nacional tiene propuestas serias de trabajo e investigación. “Esta etapa es en cierta manera la cosecha de lo que hicimos en los sesenta. Ha cambiado, es más experimental pero no desestima el contenido social”. Y concluye: “Estamos en un movimiento”.
En ese mismo sitio, sobre la terraza del edificio de espejos funciona el Teatro del Cronopio, Guido Navarro creó escuela, el teatro gestual es su fuerte. “ En Ecuador se han abierto perspectivas, formas y territorios a explorar”, dice Navarro, quien de manera independiente ha desarrollado su labor por tres décadas.
Uno de esos territorios es el teatro drag. No causa sorpresa que en Dionisios el espectador sea cómplice de cómo Daniel Moreno, travestido en una reina de la noche, explora en la intimidad del ser humano.
También durante tres décadas, Malayerba ha sustentado una poética propia. Dentro de su Casa Teatro, Arístides Vargas y Charo Francés amparan a varias generaciones de gestores escénicos. La calidad de sus obras es reconocida a escala mundial, por la profundidad de la palabra, por universalizar el conflicto de los ‘sin patria’.
Allí, también creció Carlos Michelena, para luego cambiar de escenario. El ‘Miche’ sentó cátedra en plazas y parques. Ahora el espacio al aire libre lo ocupan otras agrupaciones: los Perros Callejeros, Eclipse Solar, el Hombre Orquesta, entre otras. Es comedia popular, un lenguaje para todos.
Para todos también, sin distinción de edad, son las historias de la Rana Sabia. En las afueras de la urbe, en la quietud del campo, en la sala de una casa de hacienda, el ‘Barbuchas’, Fernando Moncayo, acompañado de Claudia Monsalve y de un sinfín de criaturas de tela y madera, nos transportan a mundos de fábulas y canciones.
El teatro arte se manifiesta en grupos y artistas en espera de una sala para mostrarse. Frente a él, está la comercialización de obras ligeras, con un lenguaje más directo y sencillo, aspecto que no resta la calidad de la pro puesta.
En el Patio de Comedias, están las ‘Marujas’. Las hijas de la pluma de Luis Miguel Campos representaron la idiosincrasia del ecuatoriano y ahora reciben en su casa a otras propuestas, entre ellas el stand up comedy, un género que nace en el país.
En Guayaquil, el teatro musical lleva dos décadas. Giros, saltos, una sincronía de brazos… “Repitan” se escucha en el entablado. Es el eco del director José Miguel Salem que rebota entre las telas, los andamios, las luces y las piezas de utilería.
24 jóvenes conjugan las tres artes escénicas que forman el teatro musical (actuación, baile y canto) sobre el escenario del Teatro Centro de Arte. Es el ensayo de la obra ‘High School Musical 2’ que se estrenó este fin de semana en Guayaquil.
Unos son parte de la escuela de Danzas Jazz y otros fueron escogidos de entre los postulantes de un ‘casting’. “Ahora no está difícil conseguir actores. Ahora todos los muchachos bailan y cantan”, dice Salem, director de Danzas Jazz.
En el historial de este grupo hay 27 musicales, el primero en 1988. ‘Una noche en Broadway’ fue la consecución de un sueño que tuvo Salem desde niño.
“Es una labor pesada ir un poco en contra de la corriente. El teatro musical no es parte de nuestra historia”. El montaje de una obra como ‘High School’ tomó tres meses. Antes, en las primeras puestas en escena Salem se tomaba hasta un año para montar la obra.
En Guayaquil también vive Sarao, cuy tablado vibra desde hace 20 años con sus pisadas. Son locos, son enfermeras dementes, son colibríes y hasta caracoles. Pero también son las luces que tiñen el escenario de odio, amor, manía, pasión, fantasía…
“Actuar es experimentar mundos diferentes. A veces se encuentran o no se encuentran diferencias. Pero es esa posibilidad de transmutar mensajes y personalidades”, dice Lucho Mueckay, el director. Los retazos de tela blanca arman la escenografía de un sanatorio. Ese es el refugio donde un burócrata recuerda su aburrida vida y revive la desilusión amorosa que le llevó a la locura.
Esa es la esencia de ‘Diario de un loco’, una adaptación del cuento de Nicolai Gogol que tendrá espacio en la IV Muestra Internacional de Teatro en Lima.
La demencia deja la tablas y da paso a la imaginación. Trajes multicolores y pelucas son los protagonistas de ‘Caracol y Colibrí en el Valle del Silencio’, una obra infantil. “Es un cuento que me dio Sabina Berman hace más de 25 años”, cuenta Mueckay.
Una nariz roja también da paso al teatro. En Cuenca, el clown se abrió un espacio importante. Los espacios en los que se presentan obras de clown están copados, la gente tiene más afición por este estilo y la afluencia es casi siempre un lleno total.
Según Carlos ‘Cacho’ Gallegos, el clown es una puerta más accesible para que las personas ingresen a la escena porque no es tan riguroso como es el teatro.
Él dirige la obra ‘La muerte’, de los Clowndestinos: el teatro está lleno, la gente se ubica en cada banca y las luces se apagan. El sonido de unos pitos se escucha a lo lejos. La puerta se abre como con un golpe, ellas tienen algo en común: llevan narices rojas, como pelotas.
Al verlas, la gente estalla en risas, su entrada es alegórica, divertida y alegre. Ellos son cuatro en escena, su obra trata de manera sencilla y divertida el simbolismo de un mundo muerto porque el ser humano no lo cuida…