El Dalái Lama (centro), cuya salud sufrió un quebranto en abril de este año, bendice a sus devotos en una ceremonia en el sitio sagrado de Bodh Gaya, India.
El inicio de una situación sobre la que hoy hasta existe un pedido para que intervenga la ONU empezó el 17 de mayo de 1995. Fue el día en que el Gobierno chino se llevó a Gedhun Choekyi Nyima, de cinco años, designado tres días antes undécimo Panchen Lama.
Para el budismo tibetano, esta es su segunda autoridad espiritual luego del Dalái Lama, quien desde la segunda mitad del siglo XX ha ido más allá de su rol tradicional y se ha erigido en una figura con un nada despreciable reconocimiento en Occidente. Si se revisan los múltiples perfiles publicados por grandes medios internacionales no falta quien lo califique como un ‘ícono de la cultura pop’ y hasta un ‘rock star’. Muy a tono con los tiempos actuales, su cuenta oficial en Twiter cuenta con 19,3 millones de seguidores, y su perfil en Instagram, con 1,4 millones.
Fue precisamente el actual Dalái Lama, Tenzin Gyatso, quien había identificado al pequeño Gedhun como la reencarnación de su antecesor, e iba a ser proclamado y preparado para cumplir su rol. Desde el siglo XIV, el Panchen Lama ha sido quien se encarga de reconocer entre los infantes de la región del Tíbet al escogido por un Dalái Lama tras fallecer para volver a encarnarse, y ser la cabeza del budismo de los Himalayas.
La acción de Pekín, que argumentó motivos de seguridad, inició campañas de activistas de tibetanos en el exilio que reclamaban conocer el paradero del niño y sus padres, y lo calificaron como el ‘preso político más joven del mundo’, pero no se convirtió en un tema que ocupara grandes titulares.
En ese entonces Tenzin Gyatso estaba por cumplir 60 años y en plena forma, apenas cinco años y medio antes había recibido el Premio Nobel de la Paz. El tema de quién y cómo elegiría a su sucesor estaba latente entre sus paisanos en el exilio y su círculo cercano, pero no mucho más allá.
Pero en la actualidad, a poco más de medio año de cumplir 85, el futuro de su dignidad crea una serie de interrogantes que trascienden lo religioso. El Dalái Lama ha afirmado que es probable que viva más de un siglo, y que recién “rondando los 90” definirá lo que pasará luego de su muerte.
Mientras tanto, todo parece indicar que China ya tiene zanjado el asunto. A los pocos días de haberse llevado aGedhun Choekyi Nyima -de quien los canales oficiales pekineses dicen que hoy vive una vida anónima y no le interesa este asunto- nombró a otro niño de su misma edad como su propio Panchen Lama. Su nombre es Gyaincain Norbu; tiene 29 años y participa en las reuniones anuales del Partido Comunista, pese al ateísmo de Estado defendido por su histórico líder Mao Zedong.
¿El motivo de esta contradicción? Krithika Varagur, periodista estadounidense afincado en Indonesia, escribe para la revista digital Foreign Policy que el gigante asiático busca aprovechar el budismo para ejercer una suerte de “poder suave” en Asia.
A eso obedece, agrega, su multimillonaria inversión en una campaña transnacional que incluye, por ejemplo, el financiamiento de los Foros Budistas Mundiales desde el 2006, al cual asisten monjes de todo el mundo. De hecho, llama al budismo una “religión china ancestral”, si bien el mundo conoce que el fundador, Siddharta Gautama, nació en la zona de Lumbini, Nepal.
Y, obviamente, la mayor ‘piedra en el zapato’ es el Dalái Lama, que aunque en marzo del 2011 se desligó de sus cargos políticos en el Tíbet como región autónoma china -en 1959 fue nombrado jefe de Gobierno en el exilio- es el indiscutible símbolo espiritual del budismo en el mundo, y un personaje para nada grato dentro de las altas esferas de Pekín.
El célebre monje tibetano ha sido motivo de tensiones diplomáticas con la vecina India, donde se asila desde 1950. Y no sería extraño que el reciente pedido de un alto funcionario estadounidense de que organismos como la ONU sean los que definan a su sucesor haga tambalear aún más las relaciones con Washington, cuando aún no se supera por completo la guerra comercial.
Por su lado, Tenzin Gyatso ha repetido varias veces que, si continúa la tradición, jamás elegirá reencarnarse en un niño elegido por China. Inclusive contempla la posibilidad de quedarse en Nirvana -máximo estado que puede alcanzar un alma en el budismo- tras su muerte y no reencarnar, con lo cual terminaría con una de las figuras religiosas más mediáticas de la historia moderna.