En el mercado todos la conocen. Los comerciantes dicen que es la “chulquera salvavidas”. La pequeña y delgada mujer sostiene su cabello lacio con un cordón de zapato.
Es un poco antes del mediodía y en su estrecho local de comidas hierve arroz y sopa de pollo para el almuerzo. La mujer se separa de las ollas solo cuando extraños llegan a su puesto. “ ¡A usted no lo he visto nunca por aquí! ¿Qué quiere?”, pregunta molesta. Dos hombres altos y gordos se acercan de inmediato y se ponen detrás.
Cuando escucha de un préstamo responde con preguntas: ¿Quién es usted? ¿Para qué quiere la plata? ¿Qué negocio tiene? ¿Tiene joyas, carro o casa para garantizar mi platita? El interrogatorio de la mujer termina con una advertencia: “Verá que a los que no pagan les va mal y si quiere, el interés es del 12% mensual”.
Desde ese local, ubicado en el norte de Quito, opera una red de usureros. Los vendedores lo saben. “Sí es buena la señora, porque a veces nos salva de apuros. Pero, asimismo, si no pagamos nos persigue y nos obliga a cancelar”, cuenta un vendedor. En el 2005 esta red atrapó a Marco B., a su hermano Luis y a su madre Martha C. (nombres protegidos).
La mamá de los jóvenes habla despacio al inicio. Luego gesticula y su voz se vuelve enérgica: “Esa mujer no conoce a Dios, es inhumana. Se aprovecha de que la gente no tiene dinero y presta lo que sea hasta que se ahoguen”, dice. Llora y se queda en silencio…
Marco no pudo pagar la deuda y la señora le quitó su negocio. Ahora quiere salvar el departamento de su mamá, que está por perder.
Es martes y una llovizna cae en la mañana. Falta poco para las 08:00. La señora y sus dos hijos entran a la oficina de su abogada. Allí recuerdan escenas de amenazas y presión de los prestadiarios para que pagaran el crédito.
El testimonio de Marco B.
La señora me dejó en la calle. Una tarde vino con la camioneta y las tres personas que fueron con ella cargaron todo lo de mi restaurante: refrigeradora, cocina industrial, frigorífico, cuadros que colgaban de las paredes, cilindros de gas y hasta las cucharas.
Dejaron vacío el cuarto. Todo porque no pude pagar USD 500 mensuales por un crédito de 5 000. Las cuotas eran solo por interés y el capital estaba intacto.
Mi esposa lloraba mientras subían todo al carro. Creí que con eso nos aliviábamos, pero no.
Calculé que lo embargado cubriría unos USD 9 000, pero la señora me hizo pasar solo por USD 2 500. No pude salvar el negocio que lo levanté con USD 8 000 que me dio mi madre. No sé qué pasó. Nos iba tan bien, pero poco a poco fui perdiendo clientes y no sabía cómo pagar a mis dos empleados (USD 330 mensual) y el arriendo del local (300 más).
Por eso, una vez, mientras hacía compras, pregunté en el mercado dónde prestaban dinero y me dijeron que una mujer da con facilidades. Al inicio saqué USD 200, luego 300, después 1 000.
Allí ya se me hizo un poco difícil pagar, pero pedí USD 5 000, porque en el banco estaba atrasado con las letras de mi carro, que también perdí. Con ese préstamo ya no pude controlar la situación. El negocio bajó más y en el mercado apenas podía pagar 300 ó 400 cada mes.
Muy astutamente, la señora me decía: vea don Marco, no se preocupe si no puede completar los 500, yo le presto lo que falta y me paga aparte. De la desesperación uno acepta todo, pero cuando se da cuenta está lleno de deudas.
Incluso unos ocho meses me cobraban cada tarde USD 50.
Después que me quitó el restaurante dejé de pagar los intereses. Me quedé sin trabajo ni dinero. Para mantener a mi familia tuve que vender los muebles, la cama, el equipo de sonido, la televisión y más cosas. No teníamos ni para los pañales de mi primera hija. Aquí ya hablo del 2007. Ahora tengo dos hijos y hasta la fecha vivo en un pequeño cuarto que nos dio mi suegro.
Allí apegamos dos camas para dormir todos. Solo tengo una ‘tele’ que me prestaron y hasta la ropa está amontonada a un costado. Lo peor es que sigo con deuda. A raíz de que se llevó las cosas de mi negocio, la mujer se tranquilizó un poco.
Pero luego volvió y como no pagué un buen tiempo se acumuló el interés y mi deuda llegó a USD 15 000. Comenzó a presionarme hasta que por último le dije que llegáramos a un acuerdo para pagar poco a poco.
La señora hizo cuentas para cinco años y cuatro meses y salieron cuotas de 500 al mes. A la fecha estoy debiendo unos USD 29 000. Tengo firmadas 64 letras y solo he pagado seis. Ahora trabajo con mi cuñado y de esto aprendí una cosa: nunca se metan con los chulqueros, porque le dejan en la quiebra total.
La experiencia de Martha C.
Estoy a punto de perder mi departamento. La misma mujer que le quebró a mi hijo, Marco, me quiere cobrar USD 50 000 por un crédito de USD 3 500 que hiciera Luis, mi otro hijo. Yo vivía en EE.UU. y nunca me dijo que se había casado. Cuando eso ocurrió, él apenas tenía 18 años. Los suegros le ayudaron a poner un frigorífico en el sur, pero les fue mal.
Llegó un momento en que la cuñada tuvo problemas y el suegro le dijo que le pagara todo lo que le había dado. Lo primero que hizo fue irse adonde la mujer del mercado a pedir el crédito. Esto fue en el 2005. Por esos días yo regresé a Ecuador y un día me llamó para decirme que necesitaba una letra de cambio para que una persona le prestara dinero. Confiada en mi hijo le mandé esa letra en blanco y él la entregó a la señora.
Por los 3 500 le cobraba 350 mensual de interés. Así pasó hasta el 2007, cuando le pagó USD 2 000 de capital y solo le quedaba unos 1 300. Hasta el 2009, por ese monto, pagó 130 mensuales.
Pero una noche, la señora le dijo que si no cubre todo va a llenar esa letra. Asustado, mi hijo consiguió ese dinero, le dio un cheque, pero igual ella llenó la letra por USD 50 000. Por eso me planteó un juicio y hace tres semanas la II Sala de lo Civil y Mercantil de la Corte de Justicia de Pichincha falló en favor de esa mujer. Pero estoy apelando, porque a la chulquera no le debo nada.
Más casos de usura en el 2010
Las denuncias de afectados por chulco subieron en el último año. Informes de la Fiscalía revelan que en el 2009 se registraron 321 denuncias a escala nacional y en el 2010, la cifra subió a 521 (ver cuadro). Se calcula que esas quejas son una mínima parte, porque la mayoría calla por temor a las represalias.
Un agente de la Policía señala que la red de usureros opera con cuerpos de seguridad y brazos armados para cobrar las cuotas.
Según el juez XXI de flagrancia, Santiago Coba, esta forma de operar comenzó hace cinco años por influencia de organizaciones ilícitas del exterior. Y los chantajes fueron frecuentes en el último año. “Si la gente no puede pagar, simplemente le dicen lleve esta camioneta a otro país y queda saldada la deuda. El problema es que en esos carros va droga”. En el art. 584 del Código Penal se dice que la usura es reprimida con prisión de seis meses a dos años.