Sargento retirado José Jumbo: ‘Un compañero que perdió los brazos en el Cenepa me dijo cuídate, que no te pase lo mismo’

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"Es complicado recordar lo que viví entre el 21 de febrero y el 1 de abril de 1995 en el frente de batalla que abarcó las zonas de Twintza, Maizal, Baygón, Trueno Uno, Trueno Dos, Loma Shyris, entre otros sitios.

Aquel febrero yo realizaba labores de Inteligencia en El Oro y una mañana me llegó un telegrama de la Fuerza Terrestre, en el que me ordenaban presentarme inmediatamente en Quito. Yo tenía 32 años y era cabo primero. Ahora soy sargento primero en servicio pasivo.

Cuando llegué a Quito, enseguida me dieron la disposición de ir a Shell (Pastaza), en donde abordé un helicóptero Gazelle para ir a Patuca en Morona Santiago.

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En ese sitio me entregaron un fusil Parafal, al igual que a los otros 30 hombres que habían sido convocados como yo. Todos teníamos preparación en escuelas militares de élite.

Contábamos con una experiencia de 13 años de servicio y bordeábamos los 30 de edad.

No lo niego, estábamos preocupados, pensábamos en nuestras esposas e hijos. Yo pensaba en mi madre de quien no pude despedirme.

Al día siguiente, el alto mando militar creó la Brigada Especial de Combate Eloy Alfaro, integrada por personal con cursos de comandos, paracaidismo, Inteligencia militar y combate en selva. Enseguida volamos a Twintza y saltamos sobre el Maizal.

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Teníamos pertrechos y armamento de combate. A través de una trocha llegamos a una base de morteros conocida como Trueno Dos, donde nos recibió un grupo de reservistas. Era difícil caminar por lo espeso de la vegetación.

Ahí dormimos y apenas amaneció continuamos nuestro camino por la selva. Llegamos a la elevación llamada Baygón, una posición de dominio sobre Twintza y que daba ventaja a los misiles Igla que teníamos los ecuatorianos.

Luego de asegurar el lugar y hasta recibir la siguiente orden, construimos trincheras para instalar el puesto de combate. Una llamada a las 03:00 del 21 de febrero hizo que nos dirigiéramos desde Baygón hasta el puesto de Mando. Ya se había iniciado la batalla por Twintza y nosotros debíamos ir a Loma Shyris. Protegimos ese sector que era de responsabilidad del teniente Giovanni Calles. Había información que era objeto de un intento de infiltración por parte del enemigo.

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A las 06:00, el mayor Ramón Enríquez ordenó que una patrulla avance y se apropie del sector de La Piedra, antes que lo hagan los soldados de Perú. 30 hombres avanzamos por la selva, poco antes de llegar al río comenzó una balacera. Los proyectiles se estrellaban en la vegetación, no sabíamos de dónde venían los disparos, pero la voz de los soldados rivales y el humo que salía de sus fusiles los delató. Empezamos a descargar nuestra munición.

Los enfrentamientos se repitieron el 22, 23, 24 y 25 de febrero. Los combates dejaron bajas amigas y enemigas. Sepultamos a los muertos y rendimos honores a cinco soldados ecuatorianos abatidos.

Una vez que superamos el combate, nos quedamos en Loma Shyris. En las noches había mucha lluvia. Rayos, tormentas y también se escuchaban explosiones. Eso se mezclaba con gritos que escuchábamos lejanos. A pesar del cansancio no se podía dormir. Estábamos alertas.

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Así transcurrieron 15 días para cientos de combatientes que sabíamos que en la línea de fuego, que estaba más adelante, había heridos que dependían de lo que hagamos en esta elevación.

Compartí la trinchera con el mayor Ramón Enríquez y el sargento César Galárraga. Nos turnábamos cada media hora para tomar el visor nocturno y hacer guardias agarrados al (fusil) Parafal ya casi sin municiones. Tuvimos que agudizar el oído ante cualquier sonido para actuar de forma rápida.

Me acuerdo de las misiones que tuvimos. Una vez, por ejemplo, llevábamos provisiones a una base y cayó un aguacero diluvial. El agua nos llegaba al pecho y los riesgos de activar una mina crecieron. Avanzamos por la selva y logramos cumplir con lo que nos encomendaron.

Días después me enteré que había un herido en la Base Puesto de Mando, por lo que fui al lugar y descubrí que la víctima era Eduardo Antonio Seis Herrera, conocido mío y un excelente francotirador, a quien le lanzaron una granada y le destrozaron sus brazos.

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Tardó en reconocerme y antes de que lo evacúen en un helicóptero me dijo: 'Cuídate, que no te pase lo que a mí. Cuídate'. Meses después, ya fuera del conflicto, lo fui a visitar en el Hospital Militar.

Permanecí en el área de combate por 41 días, tiempo en el que tuvimos que defender el territorio en cada misión. Es emocionante recordar que el 1 de abril de 1995 mi patrulla abandonó el área con la satisfacción del deber cumplido. Ese día nos aseamos y cambiamos. Fui a Quito, para reencontrarme con mi madre, a quien días después le compré una grabadora Sony con el bono de guerra de un millón y medio de sucres.

Mi proyecto más grande, ahora que me retiré de las Fuerzas Armadas, es luchar por los derechos de los excombatientes, hacer que se recuerde a los conscriptos y reservistas y que se los incluyan en los reconocimientos".

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