Una gigante fotografía sobresale en la sala de Alicia Brazales. La mujer tiene 65 años. Es abuela materna de Damián Peña Bonilla, el estudiante que el 11 de enero del 2002 murió por el impacto de una bala en la cabeza.
Ocurrió en una manifestación estudiantil en contra del Presidente de ese entonces, Gustavo Noboa. Los alumnos protestaron en las inmediaciones de la Universidad de Cuenca, frente al río Tomebamba. Damián tenía 16 años, cursaba el cuarto curso y estudiaba en el Colegio César Dávila, de la capital azuaya.
Una década después, las escenas aún perduran. El proceso legal también. A inicios de mes, los tres jueces de la Segunda Sala de la Corte negaron los pedidos de nulidad del proceso y de sobreseimiento definitivo planteados por las defensas de dos involucrados.
Los judiciales ratificaron el inicio del juicio en contra del capitán Pablo I. y el sobreseimiento provisional del coronel en servicio pasivo Eduardo S.
Con esto, el proceso retornó al Juzgado Tercero de Garantías Penales del Azuay, en donde se volverá a analizar las pruebas. Días antes, el capitán Pablo I. estuvo en más de tres medios radiales y televisivos de comunicación local argumentando su inocencia.
La madre de Damián, Sonia Bonilla, llora al recordar la muerte de su hijo. Ese día, en el estadio se inauguraban las jornadas deportivas de los colegios.
A eso de las 11:00 se terminó el programa y los estudiantes de planteles públicos se concentraron en una protesta. El joven caminó hasta la Universidad con su prima María C.
Al despedirse, Damián le contó que iba a estar “un rato” allí, para que no le pongan falta.
A eso de las 14:00, su madre recibió la llamada de Carrasco quien le dijo que su hijo estaba herido de bala. Desde su casa salió presurosa hasta la Universidad. Nadie le dio razón. Llegó a la Clínica Santa Inés (ubicada a una cuadra de los hechos) y le informaron que no había heridos, solamente un joven muerto.
La mujer recuerda que salió hacia el estadio y al no encontrar nada regresó a los predios del centro universitario. “Allí vi que era una batalla campal la que se libraba. No alcanzaba a ver casi nada por la cantidad de gases lacrimógenos que inundaban el ambiente. Había estudiantes desmayados, escondidos como en una guerra”.
Mientras caminaba desconcertada sin saber qué rumbo tomar se encontró con una prima de su ex suegra, Mariana V.
Ella le contó lo sucedido. Corrió desesperada hasta la clínica y allí encontró a toda la familia paterna. “Gritaba desesperada que me dejen entrar porque tenía la esperanza de que no fuera Damián. Cuando entré y levanté la sábana blanca le vi. Era él, mi hijito querido, mi consentido… Tenía un ojo abierto y otro cerrado. Ese día murió parte de mí y nunca más volví a ser la misma” evocó mientras lloraba como si estuviera viviendo ese momento trágico.
Nueve años y medio duró la indagación previa sobre los hechos, hasta que en julio del 2011 se cumplió la audiencia de formulación de cargos en contra de dos, de los más de 50 policías que participaron en el operativo para dispersar a los manifestantes.
Brazales recuerda que una década de lucha constante por conseguir justicia convirtió a su hija “en una mujer valiente”. Realizaron marchas, plantones, protestaron, mantuvieron reuniones permanentes con los abogados, visitaron juzgados, asistieron a diligencias. Además, dice que sufrieron persecuciones permanentes, que desconocidos las seguían en autos, que supuestos policías vigilando en el barrio donde vive.
Recuerda que recibieron amenazas para callarla y hasta le enviaron un cartón que contenía fideos y guantes negros. Nunca supieron qué buscaban.