FF.AA. tienen nuevos retos a 25 años de la victoria del Cenepa

25 años han pasado de esa gesta, en la que lucharon más de 6 000 personas. Foto: Archivo / EL COMERCIO

25 años han pasado de esa gesta, en la que lucharon más de 6 000 personas. Foto: Archivo / EL COMERCIO

25 años han pasado de esa gesta, en la que lucharon más de 6 000 personas. Foto: Archivo / EL COMERCIO

Jueves 26 de enero de 1995. 17:56. 70 soldados desalojan a tropas peruanas que habían incursionado en territorio ecuatoriano y montado un helipuerto en Base Norte. Hubo fuego. Tres militares de ese país mueren. Otros quedan lesionados. Ecuador no reporta bajas y se declara oficialmente la guerra del Cenepa. Fueron 34 días de combate, que dejaron 33 combatientes muertos y 103 heridos de este lado de la frontera.

“Valió la pena todo”, dice ahora Luis Aguas, jefe militar que comandó al personal que se tomó y recuperó la zona del helipuerto. “Vivimos en paz y eso es muy importante”.

25 años han pasado de esa gesta, en la que lucharon más de
6 000 personas, aunque no todos fueron declarados héroes. 460 siguen activos. Uno de ellos es Luis Lara, el general que en este momento comanda a todas las Fuerzas Armadas.

Todos tienen una escena que recordar. Unos vieron morir a sus ‘bodies’ en trincheras. Otros ayudaron a los heridos.

El cabo del Ejército Rómulo Morales perdió sus piernas tras el estallido de una mina. Los huesos quedaron destruidos y los músculos y la piel, desgarrados de la cintura hacia abajo. Murió desangrado.

“Fue duro”, dicen los militares”. Recuerdan imágenes de cómo suministraban víveres al personal que operaba en la línea de fuego. “Los destacamentos Coangos y Tiwintza se habían convertido en los puntos de entrada para el abastecimiento aéreo. Desde estos sitios además se incorporaban y salían las tropas. Por eso se concluyó que si “los rojos” (peruanos) atacaban -como lo hicieron en 1981, en Paquisha- se complicaría la entrada de los helicópteros”, relata Wagner Bravo, otro combatiente del 95, que llegó al grado de general.
Hoy, los militares buscan preservar la paz, pero los desafíos son otros: el narcotráfico, el tráfico de armas, el crimen organizado internacional.

En enero del año pasado fue presentada la nueva Política de Defensa Nacional o denominado Libro Blanco. Allí se establece como una de las prioridades proteger los recursos naturales de amenazas como la pesca ilegal, desarrollar la industria militar, realizar investigaciones científicas y ejecutar avances tecnológicos.

La ciberseguridad, ciberdefensa y protección aeroespacial son otras tareas en marcha.

Quienes han dejado las Fuerzas Armadas dicen sentirse “orgullosos por las tareas que cumple la institución”.

Quienes están en servicio pasivo están dedicado a actividades como el taxismo o tienen tiendas de víveres. Otros son guardaespaldas, abogados,
tienen empresas de seguridad y de riesgos u ocupan altos cargos directivos en oficinas privadas o del sector público.

César Galárraga maneja un taxi. Tiene 60 años y en la guerra de 1995 peleó en Tiwintza. Allí vivió los ataques más fuertes. “Después de los enfrentamientos empezamos a percibir olores intensos desde la parte inferior de la montaña y cuando verificamos qué sucedía, encontramos un cuerpo decapitado. A un lado estaba la mochila y se comprobó que era un soldado peruano”.

Néstor López, en cambio, es vendedor en una industria de alimentos. En 1995 vio cómo murió el soldado Héctor Pilco, en el Alto Cenepa. “Los dos estábamos de guardia cuando nos atacó el ejército peruano. Le dispararon cuando fuimos a pedir refuerzos”.

Con Nelson Calvache ocurrió algo similar. Dos de sus compañeros resultaron heridos y uno murió. Hoy es abogado, pero en el conflicto se desem­peñó como fusilero.

Testimonios de los combatientes que siguen activos en las Fuerzas Armadas 

Alexander Levoyer Director de la Academia de Guerra

Alexander Levoyer: ‘Los cohetes cayeron cerca de Fujimori’

El Miércoles Negro es imposible de olvidar. Después de ese 22 de febrero de 1995, cuando Perú irrespetó un cese al fuego y mató a 13 de nuestros soldados, respondimos con contundencia. A las 22:00, los comandantes nos autorizaron una misión de fuego con 80 cohetes MB-21, de fabricación soviética. A las 04:00 del 23 de febrero volvimos a disparar otros 80 proyectiles que hicieron retumbar todo el valle del Cenepa. Luego nos enteramos que el presidente peruano, Alberto Fujimori, sintió esos bombardeos, porque esa noche había permanecido en el destacamento Soldado Pastor. Nosotros no lo sabíamos. Después incluso nos contaron que, tras el primer ataque, él había amenazado con generalizar la guerra. Fue como haberle dado dos cachetadas. Al otro día, Inteligencia militar nos comunicó que Perú desplegó 60 vuelos para evacuar a los heridos y a los muertos. Pocos días después de ese hecho se declaró un cese de hostilidades.

Fausto Flores: ‘Perdí mis piernas y pedí no salir de FF.AA.’

El 13 de febrero de 1995 observé como un cohete RPG (proyectil ruso antitanques) se me acercaba. Yo estaba en una pendiente y el proyectil se enterró debajo. Explotó, volé hacia un campo minado. Caí sin mis dos piernas. La izquierda quedó despedazada y la derecha todavía tenía trozos de piel y músculos. Me evacuaron con muchas dificultades de la base Cenepita. La madrugada del 14 de febrero estuve en el policlínico de Gualaquiza. Cuando la enfermera abría mi uniforme casi corta el escapulario que me regaló mi esposa. Le dije que no lo hiciera, porque ahí sí me iba a morir. Ese día me amputaron las dos piernas. Me llevaron al hospital Militar en Quito. Días después me visitó el presidente Sixto Durán Ballén y dijo que cumpliría con cualquier pedido mío. Entonces, había un reglamento que impedía a los heridos continuar en las Fuerzas Armadas. Le pedí al Presidente que no nos boten. Él lo cumplió y aquí sigo.

Daniel Andrade: ‘Mi mamá me dio por muerto tras la guerra’

En 1995 no había buenas comunicaciones. Mi familia, que es de Celica (Loja), solo supo que entré a la Escuela de Formación de Soldados en Machachi (Pichincha) a mediados de 1994. Perdieron mi rastro, porque apenas acabamos el curso nos enviaron a Patuca (Morona) y luego al frente de combate. Mi mamá pensó que morí ¡Oh, sorpresa! En abril, una vez que salí del conflicto, la fui a visitar. No podía creer que estaba vivo. Lloraba y me abrazaba. Durante mi ausencia había pedido información a una base militar cercana a la casa, pero nadie le dio razón. También había averiguado a otros familiares. Todo fue en vano. En la guerra, junto con otros compañeros, éramos encargados de llevar alimentos y municiones para las patrullas. En nuestras mochilas cargábamos unas 90 libras con todas las raciones que teníamos que distribuir. Nos deslizábamos por pendientes llenas de lodo, por zonas donde había enfrentamientos o minas.

Cristóbal Espinosa: ‘Capturamos a cuatro soldados peruanos’

El 9 de enero de 1995 todavía no empezaba la guerra. Estábamos en una misión de reconocimiento desde Tiwintza hasta un sector que se llama La Piedra (Morona), que queda tras la Cueva de los Tayos. En la noche detectamos a soldados peruanos del Batallón de Infantería Callao. Esa unidad contaba con dos oficiales y dos voluntarios. No se dieron cuenta que ingresaron a una zona protegida por nosotros. Los soldados fueron detenidos, pero se respetó la carta de seguridad que estaba en vigencia. Nos limitamos a quitarles las armas para cumplir los tratados de Ginebra. Ahí les preguntamos qué hacían y nos dijeron que estaban perdidos y que estaban cazando para poder sobrevivir. Pero entre sus pertenencias había un croquis de los puestos en los que estaban algunas de nuestras unidades en el valle del Cenepa. Ellos pertenecían a una patrulla de reconocimiento y realizaban tareas de Inteligencia.

Darwin Jarrín: ‘En un sobrevuelo capté a un submarino’

La preocupación dentro de mi familia era constante. Mi esposa estaba embarazada de mi segundo hijo. Él nació el 17 de marzo de 1995 cuando seguían registrándose combates. Como había poca tripulación para los vuelos solo me dieron permiso para su nacimiento. Tuve que regresar al siguiente día. En un sobrevuelo que hice ese mes, observé algo frente a Chanduy (Santa Elena). Retornaba de una misión de vigilancia en la frontera y capté el periscopio de un submarino y toda su silueta bajo el agua. Informé a mi Comandante que era de Perú. Como Fuerza Naval desplegamos todo nuestro contingente durante el conflicto: dos fragatas, corbetas, tres lanchas misileras, dos submarinos, nueve helicópteros, cuatro aviones de vigilancia marítima y al personal. Cuidábamos las líneas de comunicación marítimas entre puertos y barcos pesqueros y mercantes. Nuestra infantería, además, resguardó el flanco occidental en El Oro.

Roy Garzón Teniente coronel del Ejército ecuatoriano

Roy Garzón: ‘Tendí toda una red telefónica en la selva’

La tarea fue difícil. Teníamos que desplegar kilómetros de alambre por medio de la selva. Mi objetivo era tender una red de comunicación telefónica entre las bases y destacamentos de Tiwintza, Coangos, Banderas y Montúfar (Morona Santiago). La comunicación era fundamental para cualquier orden o información durante la guerra. Hicimos las conexiones a un metro y medio del suelo. Usábamos los árboles. Tuvimos algunos contratiempos. Uno de los más graves fue haberme quedado sin el personal técnico. A mediados de enero salí de Patuca para empezar con la instalación. El resto del equipo se quedó debido a que el helicóptero estaba lleno. Luego, no pudieron aterrizar en Coangos debido a fuego de morteros. Elegí 13 reservistas y junto con dos soldados empezamos el trabajo. No conocían detalles técnicos, pero aprendieron rápido. También era peligroso caminar por la selva que estaba llena de minas.

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