Edwin Alcarás. Redactor
En la década de los 30 Quito era un grupo de casas que se extendía a través de las pocas cuadras que van desde El Panecillo a El Ejido y desde el barrio de El Tejar hasta el de La Tola. En total agrupaba a cerca de 150 000 almas, según el cálculo de Guido Díaz, director del Fondo de Salvamento.
Es decir que el nombre de ciudad aún le quedaba un poco grande. En esa pequeña extensión, más o menos urbana, sin embargo, se empezaron a publicar los primeros libros de la que, décadas más tarde, sería conocida como la generación fundacional de la literatura nacional.
Una de las novelas más interesantes de ese tiempo, ‘En la ciudad he perdido una novela’, pertenece a un autor redescubierto hace pocos años por la crítica literaria ecuatoriana: Humberto Salvador, cuyo centenario de nacimiento se cumple el próximo 25 de diciembre.
Hombre de modestia proverbial, Salvador nunca frecuentó los círculos literarios de su tiempo ni trabó amistad con sus contemporáneos. Quizá fue esa condición de ‘outsider’ la causa de que su obra fuera poco conocida luego de su muerte.
El crítico literario Raúl Serrano Sánchez lleva varios años empeñado en remediar ese error de la historia. En enero próximo se publicará su ensayo ‘En la ciudad se ha perdido un novelista’, sobre la obra del narrador. En su opinión, Salvador “es fundamental para entender la literatura vanguardista ecuatoriana. Pero no solo eso. Su literatura sigue despertando interés en Ecuador y también en el extranjero”.
En efecto, en este año se realizó en España una edición de ‘En la ciudad he perdido una novela’ bajo el sello alternativo Escalera, con un estudio del crítico ecuatoriano radicado en Inglaterra, Wilfrido Corral. En Ecuador, sigue circulando la edición de la novela aparecida en la colección Antares, de la editorial Libresa.
Al estudiar la biografía de Humberto Salvador uno se topa enseguida con un terreno lleno de imprecisiones y versiones no autorizadas. Desde el episodio mismo de su nacimiento no se tienen más que historias probables. Rodolfo Pérez Pimentel, por ejemplo, sostiene que el escritor fue el hijo ilegítimo de un sacerdote colombiano y de una educadora quiteña.
Por su lado, Serrano Sánchez admite la teoría del engendramiento ilegítimo, “pues parece ser que la familia envía a la madre con su chico para instalarse en casa de unas tías en Quito, para guardar un secreto familiar”.
En una de las pocas cartas que escribió en su vida (dirigida a Pedro Jorge Vera, en 1940) Salvador dice que nació en Guayaquil el 25 de diciembre. “Vine a Quito en la infancia. Más o menos a los dos años de edad. Mi padre fue colombiano y mi madre quiteña”. Nada más.
En todo caso se sabe que Salvador hizo la primaria en la escuela Simón Bolívar y la secundaria en el colegio Mejía (del que luego llegó a ser profesor de literatura y en el que lo conoció, como estudiante, a Jorge Enrique Adoum). Hizo la carrera de Jurisprudencia en la Universidad Central y, a los 20 años, publicó su primer libro de cuentos titulado ‘Ajedrez’, luego vino ‘Taza de té’ y ‘En la ciudad…’.
Con el estudio psicoanalítico ‘Esquema sexual’ (Chile, 1933) se dio a conocer, además, como ensayista. Sus interpretaciones freudianas fueron tan incómodas como una carcajada en la mitad de un velorio. Para él, el deseo sexual y el hambre son los dos maderos “en los que está crucificada la humanidad”.
El ánimo vanguardista y desenfadado que marcó esas primeras obras fue repudiado por una de las voces más temidas del momento: la de Joaquín Gallegos Lara. En un artículo titulado ‘El pirandelismo en el Ecuador’, de 1931, Gallegos destrozó a ‘En la ciudad…’ denostando “las revoluciones meramente formales (que) a ningún lado conducen”. Desde entonces, Salvador produjo más de 15 novelas hasta su muerte en 1982. Ninguna, según la crítica y escritores como Leonardo Valencia, ha logrado sobrevivir al paso del tiempo.