Según datos de La Revolución de la Cuchara, organización que abarca a la comunidad vegetariana en Quito, se registran 22 restaurantes, en los cuales la carne no forma parte del menú. 11 de ellos se concentran en el sector de La Mariscal, en el norte. Los otros cinco se ubican en el Centro Histórico y los últimos seis están en los valles de Los Chillos y Cumbayá.
El jueves último, a las 14:00, hasta el restaurante La Quinua (Luis Cordero y 9 de Octubre) llega Sasquia Ushiña junto con su esposo y su hijo Vicente, de 4 años. Hace tres meses, los médicos le detectaron rinitis al pequeño Vicente y problemas renales a su padre. Una de las indicaciones fue reducir el consumo de azúcar y carnes rojas.
Así fue como conocieron La Quinua, un restaurante vegano, donde no se oferta carne ni se preparan alimentos con derivados de animales.
El menú del día: locro de papas, sin leche y queso, pisto de montaña (papas acompañadas de una pasta de tomate y cebolla) y agua medicinal. De postre, pie de frutilla hecho con panela.
Son varias las razones por las que las personas deciden ser vegetarianas. En el caso de la familia Manzano fue por salud. En cambio, Mónica Sumba, chef del restaurante, lo hizo por su apego a la cosmovisión andina. “Para existir hay que saber comer. La cocina es un laboratorio de vida y de sanación. La Pacha Mama nos da todo lo necesario para alimentarnos. La carne no es esencial”, comenta mientras sirve un almuerzo.
En otro sector de la ciudad, en las calles Esmeraldas y Venezuela, en el Centro, se ubica el restaurante Govindas. En el patio de piedra hay cinco mesas. Gouranga y Vrindavan Merino ocupan la del extremo izquierdo. Ellos son vegetarianos de nacimiento.
Entre risas recuerdan que en los recreos y en los paseos de la escuela los demás niños los veían como ‘bichos raros’, porque no comían carne. “Siempre llevamos nuestra colación. Hay varios mitos sobre la proteína que contiene la carne, sin embargo, alimentos como los chochos y el tostado sustituyen ese alimento”, argumenta Gouranga. “No hemos tenido problemas de salud”.
Ellos viven en el valle de Los Chillos. Ahí su madre montó hace cuatro años el restaurante Ahimsa Home. Para la familia Merino, el vegetarianismo está ligado con el respeto hacia los animales y la convivencia armónica con la naturaleza. Junto a ellos está Rasa Biharí. Él es vaisnava (hare krishna). Cuando fue bautizado en esa religión hizo un voto para no consumir carne.
A más de los sitios para comer, en la ciudad hay siete tiendas de ropa ecológica y, como dice Rasa, libres de violencia contra los animales. Una de ellas está ubicada en la calle Mallorca y Coruña, en La Floresta. Ahí se ofertan zapatos y sandalias hechas con lona.
También hay vestidos, blusas, bufandas, faldas y bolsos elaborados con tela. La indumentaria es traída desde la India. En la parte posterior del local hay un espacio para la música. Hay discos con melodías instrumentales, árabes y videos de ejercicios para yoga.
Carla Páez practica yoga desde hace ocho meses. Esa actividad le ha enseñado a ser vegetariana por una cuestión ética. “Consumir carne es fomentar la violencia hacia los animales. Para hacer yoga hay que estar en paz”.
Ella permanece de pie, detrás del mostrador de madera de la librería Gopal. Revisa las páginas de un libro de recetas vegetarianas. Cuenta que en la ciudad no hay muchas opciones, por lo que ha decidido incursionar en el mundo de la cocina. Le llama la atención la imagen del plato ‘pasta con setas’. Revisa los ingredientes que necesita, adquiere el libro a USD 1,50 y sale del sitio con el propósito de preparar la cena.