Testimonio: ‘El paso de volquetas empieza a las 04:00; es mi despertador’

La casa de María Rosa Chipantasi queda a unos metros de la vía principal que lleva a las canteras. Foto: Evelyn Jácome / EL COMERCIO

Cuando yo era niña no había minas aquí, en Tanlagua. Me acuerdo que jugábamos en las montañas y mis papás trabajaban en las haciendas. Cuando crecí también me tocó ir a trabajar la tierra. En 1980, cuando cerré los 40 años, aparecieron las canteras. Desde ahí las volquetas no han dejado de pasar, una tras otra, a cada rato.

Vivo sola en esta mediagüita (a pocos pasos de la vía principal que conduce a las minas). Aquí por todo lado hay canteras. Dicen que Quito se construye con la tierra de aquí. Yo creo que sí, por eso hay tanto camión que sale llevando material. Pasan a toda velocidad por enfrente de mi casa, hasta se mueve el suelo, pero ya estoy acostumbrada.

Toda la vida trabajé en la hacienda. Bien duro era. No nos pagaban. Por eso, al final pudimos comprar este terrenito que suma dos hectáreas. Nos dieron la mitad por lo que trabajamos y la otra mitad tuvimos que pagar, ya no me acuerdo cuánto. Ahora esto es de mis nueve hijos.

Todos ya se fueron y me dejaron solita. Mi esposo se murió hace dos años y medio y yo quedé enferma. No puedo trabajar por mi rodilla ni caminar bien puedo. El doctor dice que me toca operar, pero por el covid están llenos los hospitales y no hay camas, por eso no me dan turno.

Qué iba yo a imaginarme esta pandemia. Menos mal ya me vacuné. Me fui a donde era el aeropuerto (Bicentenario) y ahí me pusieron las dos dosis. Ese virus sí me daba miedo, más que las volquetas que pasan a toda velocidad por mi casa.

Como mi esposo era albañil, construyó la casita con techo de teja. Puso piedras de aquí de las canteras y ladrillos. Esta vía por donde pasan los camiones antes era de tierra, no sabe cómo había polvo, no se podía ni ver al otro lado de la calle, era como cortina de humo.

La tierra se metía por todos lados. Teníamos que tener bien tapadita la sopita y todo lo que cocinábamos, sino se ponía el polvo como nata.

Pero desde que le pavimentaron, hace unos seis años, todo mejoró. Se respira mejor y la ropa lavada no queda tiesa. Lo que sigue es el ruido de las volquetas. Apenas repavimentaron, los carros pasaban a toda velocidad, pero mis hijos fueron al Municipio a pedir que pongan ‘chapas muertos’ y pusieron tres.

Daba miedo, no ve que las camiones pasan pesados y podían pisarnos, peor a los guaguas chiquitos, por eso ellos mejor no salían.

Desde las 04:00 ya empiezan a pasar las volquetas. Ese es mi despertador. Pasa el camión y ya se va el sueño. Suena tan fuerte que no podemos ni conversar cuando se quedan mis hijas conmigo. Pasan a cada rato, una y luego otra.

Antes era peor verá, pasaban desde las 02:00. Ahí si no se podía dormir nada, nada. Pero la Junta Parroquial les obligó a que pasen desde las 05:00. No se cumple eso, porque desde las 04:00 o un poco antes ya empiezan a pasar vacías para ir a la mina a que les carguen, y regresan ya con el material. Pero Dios le pague al presidente que aunque sea unas horitas más podemos descansar.

Todo el día pasan bastantes hasta las cinco de la tarde. Ahí vuelve un poco la calma, pero en la noche regresa el ruido, aunque no es tan fuerte, no ve que desde las seis de la tarde trabajan en las canteras minando la tierra toda la noche para vender a las volquetas al otro día. Se escucha lo que botan en la zaranda y truena.

Aquí, silencio absoluto nunca hay, por eso ya estoy acostumbrada al ruido, siento que hasta me hace compañía y no me molesta.

Aquí, en esta casita, acabaré mis días. Lo que sí me molesta es que las volquetas cargadas se paran justo frente a mi casa para poner la carpa. Dejan todo de ripio y tierra y me toca a mí salir a limpiar y es bien duro.

Bonito es vivir aquí, sí me gusta. Hay calma, no se escucha de robos y de delincuentes como en Quito. Lo malo es que resulta caro. Por ejemplo, para salir a hacer compras a San Antonio de Pichincha hay que pagar doble pasaje de ida. Toca alquilar una camioneta hasta Rumicucho y pagar 25 centavos, de ahí a San Antonio otros 25 más. Se hace las compras y de ahí tocaba pagar una carrera con los canastos y cobran tres dólares. Uno pobre no se tiene, es triste.

Yo vivo con lo que me da el bono. Con esito hago compras. Me toca ir al mercado con mascarilla, compro arroz, avena, fideo, a veces pollito.

Ojalá pudieran hacer que las volquetas pasen con la carpa bien puesta y no se paren en mi casa. Ojalá puedan hacer que pasen desde las 05:00 para poder dormir un poco más. Pero si no pueden, yo seguiré viviendo tranquila, contenta con mis nietecitos que a veces me vienen a visitar.

Más datos

María Rosa Chipantasi, de 80 años, es oriunda de Tanlagua, un poblado que pertenece a la parroquia rural de San Antonio de Pichincha, donde al momento funcionan 12 áreas mineras legales.

Desde allí,  cada día, salen unas 1 000 volquetas con material pétreo. Y es la zona más contaminada por partícula sedimentable de Quito.

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