Dicen los abuelitos que cerca de la última medianoche del año, los vecinos salían a la calle a reír, a recordar lo bueno, lo malo y lo feo que habían vivido, y a tomarse un traguito. Entonces, uno de ellos leía el testamento, arrancaba carcajadas a unos y hacía sonrojar a otros.
Hacer el testamento era parte central de la celebración de fin de año hace 40 años. Patricio Guerra, cronista de la ciudad, cuenta que la tradición nació como un balance, una voz crítica frente al poder y a la clase política. Una especie de vindica, un espacio para exponer a la gente que se había portado mal o alabar a quien había hecho algún beneficio a la comunidad.
Esa carta se escribía en unos carteles que luego se colocaban junto al monigote de año viejo y tenía el objetivo de que todos los vecinos y visitantes pudieran leerla. No es una costumbre tan antigua. Apareció a inicios de siglo XX y el secreto, insiste Guerra, era burlarse para que lo malo no se volviera a repetir.
El ritual era general. Las personas, en la mañana, iban en busca de ramas de eucalipto a los bosques quiteños para armar una choza y colocar allí al monigote con ropas viejas, que iba a ser quemado a la medianoche. Luego el testamento ardía junto al viejo.
De eso, queda solo el recuerdo. Hoy han cobrado protagonismo los muñecos acartonados, que tienen que ver con la farándula y las películas de moda. Mas ahora, debido a las restricciones por la pandemia, están prohibidas las aglomeraciones y las quemas de años viejos.
Pero hay barrios en Quito donde la gente se esfuerza por no dejar morir la tradición del testamento. Hay sectores donde el vecino destacado, el chisme de la cuadra y todo mal político se recogen en un papel. En San Blas, San Juan Bosco y la Cooperativa Asedim, los jóvenes se han puesto como objetivo devolverle la vida a ese juego de palabras, que con rimas saca sonrisas.
Juan Carlos Rojas, presidente de San Blas, junto a otros jóvenes, trabaja en la recuperación de la memoria histórica en la zona. Asegura que no solo se trata de escribir una carta para recordar lo mejor y lo peor de año que termina, se trata de hacer vecindad.
El domingo pasado, cada niño llevó insumos: papel periódico, pinturas y, sobre todo, su creatividad. Se reunieron en la calle Vicente León y la Chile, y con marcador en mano empezaron a dejar fluir el humor y los recuerdos del año que está por irse.
Rojas recuerda que para llevar a cabo el proyecto de la recuperación hicieron una investigación e identificaron que un testamento tiene tres características. El humor es la primera, por ejemplo hacer mofa de la política o de cualquier situación. Además, tiene rima y, lo más importante, permite unir a los habitantes.
Como parte del trabajo identificaron que hace 50 años se realizaban concursos de testamentos entre barrios tradicionales como San Juan, La Tola y San Diego. En el testamento que escribieron incluyeron rimas dedicadas al presidente del barrio, a la reina, al tendero, a los vecinos más conocidos y, por supuesto, al Alcalde y al Presidente.
El proyecto de recuperación del testamento arrancó en 2019. Entregaron a los vecinos una funda de papel celofán con caramelos, los tradicionales dulces amargos que doña Gladis Herdoiza elaboraba, el testamento hecho por todos los vecinos que quisieron unirse y un mensaje del presidente del barrio por fin de año. Además, entregaban una cartulina para que el vecino escribiera una nota que sería quemada el 31 de diciembre, junto con los monigotes que habían elaborado en el barrio.
El dirigente asegura que el principal objetivo fue conocer y unir a los moradores. Al inicio, recuerda, algunos no querían recibir el paquete por desconfianza, pero poco a poco se integraron. Melanie Rodríguez, una joven de 21 años, trabaja con el mismo fin en el barrio San Juan Bosco y en la Cooperativa Asedim.
Cuenta que reunió a cerca de 40 niños que nunca antes habían hecho un testamento de fin de año. Su objetivo es que los niños conozcan esas tradiciones de antaño, y que valoren la importancia de conocer a quienes viven en la zona, porque un barrio unido, asegura, es incluso más seguro.
Recuerda que mientras elaboraban el testamento, les preguntó a los niños qué es lo más malo de año que quisieran olvidar, y todos coincidieron en que fue la pandemia. Así, la noche del 31, los niños quemarán el testamento con la esperanza de que en 2022 se les permita salir al parque, ir a la escuela y visitar a sus abuelos sin miedo.