Todos estaban con los zapatos mojados. El fuego que habían encendido no logró que los huesos dejaran de doler ni que se detuviera el temblor de dientes. Cuando la niebla, como espinas heladas, se clavó en su piel lo entendieron: no debieron subir al Pasochoa sin un guía y sin estar preparados.
Son las 15:00 del martes. Kevin, de 16 años, es uno de los 14 primos que el lunes se extraviaron en el Pasochoa y que acaban de ser rescatados. Kevin busca a su madre mientras asegura que los dos rasguños que tiene en el cuello y 10 lastimados en sus manos y brazos no le provocan dolor.
No la ha visto desde hace 32 horas. 30 policías del GIR y un perro rastreador, 28 bomberos, periodistas y la familia Suntaxi Guachamín le dan la bienvenida a él y a los otros 13 chicos.
Todos están bien. Solo una pequeña de 10 años cojea. Al bajar la loma se clavó una astilla en el pie.
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Los excursionistas extraviados llegaron al refugio del Pasochoa, luego de ser rescatados por los bomberos. Fotos: Eduardo Terán / EL COMERCIO
Kevin, con las orejas de tierra y una camiseta ligera cuenta lo que junto a sus primos acaban de vivir.
“Salimos de Yanahuaico, Amaguaña, a las 07:00 del lunes. La idea era ir al río a pescar y explorar un poco.
“Hacía sol así que nos metimos al río. Caminamos muchas horas entre risa y risa. Cuando nos dimos cuenta ya eran las 15:00. Ahí supimos que no íbamos a alcanzar a regresar porque nos iba a coger la noche y decidimos subir un cerro que se veía pequeño y bajar al valle por ahí.
“A eso de las 16:00 llamamos al 911. Teníamos tres celulares. Todo el tiempo estuvimos en contacto con los bomberos. Cuando empezó a oscurecer es que la cosa se empezó a poner fea. Mis primitas de 10 años, empezaron a llorar.
“Uno por uno los celulares se empezaron a quedar sin batería. Los bomberos nos dijeron que nos quedáramos donde estábamos y que debíamos prender una fogata. Nos indicaron cómo. Todos limpiamos, hicimos un hueco y ahí la encendimos. Por suerte, un primo había llevado un encendedor, si no nos moríamos de hipotermia.
“A las 18:00 prendimos el fuego. A las 20:00 nos dijeron que ya habían visto el humo, así que creímos que ya mismo llegaban. Por eso comimos toda la comida que habíamos llevado: arroz con salchicha y tostado con queso. No teníamos cubiertos, comimos con las manos.
“Los más grandes no dormimos por cuidar a los más pequeños. Nos dividimos en grupos. Unos se fueron a traer ramas para hacer una especie de base y que no nos llegue tanto el viento, otros se encargaron de ver que el fuego no se apagara. Fue desesperante. No se oía nada, solo el sonido del fuego. El frío más horrible fue de 01:00 a 05:00. Dicen que fue de menos de 7 °C. No podíamos controlarnos. Todos nos abrazábamos.
“A las 06:00 escuchamos un helicóptero, pero se pasó de largo. Nos reunimos los primos más grandes y tomamos la decisión de empezar a bajar. Eran cerca de las 08:00. Dos horas después, oímos la sirena de mano de los bomberos y empezamos a silbar durísimo. A las 10 y pico nos encontramos. Nos ayudaron a bajar, porque era superempinado y con muchos precipicios. Habíamos estado en una de las puntas más altas”.
No le toma más de 15 minutos recordar lo que vivió esa eterna noche. Kevin se baja de la camioneta de los bomberos cuando escucha que su primo, quien llevó la fosforera, le grita mientras se aleja: “Oye flaco, no te olvides a las 5 en la cancha para el índor”. Kevin levanta su mano lastimada y con el pulgar hacia arriba confirma la próxima salida.