“Desde que vivo en La Comuna, hace 43 años, nunca imaginé que mis vecinos y familiares fallecerían a causa de un aluvión. Esta tragedia me motivó a ayudar a las personas que resultaron afectadas el pasado 31 de enero. Participé como voluntaria en el centro de acopio que se habilitó en la Comuna de Santa Clara de San Millán, a pocas cuadras de donde ocurrió lo peor de la tragedia.
Fue una experiencia muy bonita al ver cómo, desde el primer día, la gente llegaba con donaciones de comida. Pese a la tristeza de la tragedia también se vivía un ambiente de solidaridad y compañerismo. Eso nos permitió organizar una cocina comunitaria.
Fue una sorpresa ver cómo al siguiente día la gente había donado quintales de papas, arroz y muchos alimentos más. Un grupo de voluntarios organizó las papas, los plátanos verdes, verduras, embutidos y las latas de atún, que fueron donados por la ciudadanía y, en ciertos casos, donaciones que llegaron de otras ciudades. Poco a poco, los productos organizados fueron adquiriendo la apariencia de una despensa.
Yo estaba encargada de la preparación de los alimentos. Entre siete personas nos organizamos en la cocina. Cada uno tenía su función. Mientras una vecina se encargaba de lavar las verduras, otro pelaba las papas y otros con una agilidad con el cuchillo picaban infinidad de cebollas blancas, tomates, zanahorias… también lavaban y cortaban las presas de pollo y carne. Todo era sincronizado para la elaboración de los desayunos, almuerzos y meriendas que se preparó durante dos semanas.
A un lado de los baños está una lavandería de piedra. Dos vecinas, con guantes y delantales, se encargaban de lavar ollas y utensilios de cocina. Por un momento, el ambiente se llenaba de alegría y risas.
Este lugar se convirtió en nuestro segundo hogar. Las cocinas se encendían a las 06:30, que empezábamos a preparar los alimentos. Visitábamos el espacio de los perecibles, veíamos qué podría estar madurando y en función de eso se armaba el menú. Nuestra preocupación era llegar con el alimento a todas las personas.
A diario se preparaban entre 400 a 600 raciones en el desayuno; el menú era ligero entre agüita aromática acompañada con pancito, galletas o sánduches. Tipo 08:00 a 09:00 se colocaba el agua en pomas y se distribuía en cada calle del sector.
Ya para el almuerzo, se elaboraban entre 600 y 900 porciones, el menú variaba entre arroz relleno, estofados, menestra o camote; era comida saludable, con el objetivo de proporcionar toda la energía necesaria para las personas que estaban en la zona cero y alrededores. Ya para las 12:00, el ambiente se inundaba con el olor de cada preparación y a las 13:00 ya se estaban empacando los almuerzos.
La distribución de los alimentos estaba liderada por Salomé Quitto; entre 10 personas formaban una cadena de empaque. Uno colocaba de manera cuidadosa los alimentos en las tarrinas, otros se encargaban de sellarlos y colocar en las cajas y las subían a los autos.
Para las entregas, había cuadrillas que distribuían los alimentos por zonas, la idea era llegar a todos. Se repartía a los damnificados en la zona cero, a los miembros de la Policía, militares, agentes municipales que estaban en las labores de búsqueda y para los voluntarios que ayudaban con los trabajos de limpieza.
También se ofrecía una merienda, porque había otro grupo que continuaba con las labores de búsqueda hasta la madrugada. Les llevábamos cafecito o agüita para que se calienten; eran noches frías y se sentía más este clima con la angustia de buscar a los vecinos y rescatar lo poco que había quedado por la tragedia.
Para el sábado 5 de febrero, cuando se realizó la megaminga, preparamos hasta 1 200 raciones en el almuerzo.
Fue muy emotivo ver cómo vecinos, autoridades y ciudadanía en general se sumaron a esta labor”.