En los andenes de carga y descarga del Mercado Mayorista, en el sur de la ciudad, tres niños jugaban fútbol, ayer, a las 11:00, con una desgastada pelota.
Mario L., de 11 años, era uno de los pequeños que estacionó a un costado su triciclo de madera, para jugar un momento. Nació en Riobamba y vive desde hace tres años en la capital.
Llegó para ayudar en la venta de limones y ajo a su madre, Teresa Wilca. Así trabajaba hasta el año pasado. Una vez que la madre de Mario ahorró USD 180, compró un triciclo para que Mario trabaje ayudando al traslado de quintales, en el mercado.
Los días que más trabajo tiene son los viernes por las noches y la madrugada del sábado. “Dependiendo de la carga que se lleva cobro entre USD 0,25 y 0,50. Hago USD 20, que le doy a mi mamá para la comida. Estaba estudiando por las noches, pero ya me retiré, porque no tenía tiempo para hacer los deberes”.
Con Mario jugaba Diego S., de 14 años. El adolescente, en cambio, trabaja ayudando a su mamá en la entrega de desayunos a los comerciantes que madrugan a sus locales comerciales.
Dice que ya está acostumbrado a llevar las bandejas con secos, jugos, huevos, café y pan durante las mañanas. En cambio, por las tardes, Diego hace sus tareas escolares y en la noche asiste a una escuela de Chillogallo, en el sur.
Ambos niños coinciden en que tienen poco tiempo para jugar y divertirse. Ayer, lo hicieron por 30 minutos, a la hora que no hay mucha actividad comercial. Ellos reconocen que hay gente que no valora su trabajo.
Se quejan porque hay adultos o autoridades que los maltratan y los gritan. “Un policía me habló para que no me detenga en el carril de salida de los carros. Hay choferes que nos insultan”, manifiesta Mario y lo confirma Diego.
Según el estudio de la organización Corpovisionarios, el quiteño es insensible frente al maltrato de los niños. Alexander Mantilla, psicólogo infantil, dice que uno de los sectores vulnerables que sufre el mayor grado de intolerancia es el de los niños en situación de riesgo. Ellos están en las calles, parques o mercados.
El especialista cree que esa realidad no ha cambiado en los últimos años, a pesar de los programas de apoyo infantil impulsados por el Gobierno y por otras organizaciones estatales y privadas.
De hecho, un estudio del Municipio del Distrito Metropolitano reveló que en tres mercados de la urbe (Mayorista, San Roque y Las Cuadras) hay 1 643 niños, de entre 1 y 15 años; 749 de ellos cumplen trabajos duros, como de estibadores, betuneros o de vendedores ambulantes.
En una encuesta hecha en el 2009, se calculó que en Quito viven 651 159 niños, niñas y adolescentes. De ellos, el 50,3% son hombres y el 49,7 % mujeres.
“Estos niños también son víctimas de la violencia. Debieran estar en un aula recibiendo clases y no dedicados al trabajo. Ellos sienten mucha intolerancia en las calles cuando la gente los rechaza o los ve con indiferencia”, sostiene Mantilla. Según el Cabildo, con el estudio se buscará la aplicación de programas de atención en los 54 mercados de la ciudad.
Jenny N., de 14 años, ha escuchado respuestas groseras de amas de casa cuando se ha acercado a vender las fundas de ajo, que cuestan USD 0,50, en el mercado San Roque, en el centro.
Allí vende los martes, jueves y sábados y gana entre USD 4 y 5 cada día de labores. “Hay metropolitanos que nos arranchan la mercadería. A mi primo le pegaron por vender limones”.
Jenny desconoce cuáles son sus derechos y denuncia que cuando no logra vender los cinco atados de limones, su padre la reprende.
Para el Consejo de Protección Integral a la Niñez y Adolescencia, que funciona en Quito (Compina), en las encuestas se identificó que los comportamientos más frecuentes de los padres son violentos y agresivos.
Por ejemplo, el castigo a los menores son golpes, insultos, encierros, baños de agua fría, expulsión de la casa o privación de la comida, principalmente.