Cuando el reloj marca las 17:00, se inicia la jornada de trabajo para el caricaturista Mario Poma Monge. Él viste una camiseta polo blanca, un jean y una de sus 12 gorras de lana.
Siempre acostumbra llevar un carboncillo, un grafito, un tablero negro, cartulinas y seis muestras de sus artes. En una de ellas se aprecia un autorretrato que se lo hizo viéndose al espejo durante más de dos horas. “Es una imagen que quería que la gente vea como algo comercial”, cuenta.
Este artista plástico de 33 años, pasea por los restaurantes de la plaza Foch, en el norte de la ciudad. Él ofrece a sus clientes retratarles en menos de una hora, sin tener que posar.
“Voy con mi facha de acero, les muestro una sonrisa y les pregunto si desean una espectacular caricatura”. Con esa actitud se acerca a una pareja, quienes aceptaron ser dibujados.
En esta ocasión sus clientes le dieron una foto posada que llevaban consigo. Durante una hora logró destacar una amplia sonrisa de la pareja.
Pero no solo realiza caricaturas o retratos en este sector. Tiene un taller, en medio de su sala. Para entrar allí hay que pasar por un laberinto de gradas. Vive en una mini suite entre las calles Reina Victoria y Juan León Mera. Entre risas cuenta que cuando termina de trabajar, camina 50 metros y ya está en su casa.
Al ingresar, lo primero que resalta es su tablero de dibujo de arquitectura donde se exponen más de 30 de sus trabajos. También hay dos caballetes.
Poma Monge trabaja hasta la madrugada en el sector de la Foch, por eso se trasladó a vivir en los alrededores. En la plaza le conocen como el caricaturista.
Su inclinación por esa disciplina nació desde pequeño. Mientras se toma un vaso de mate (bebida típica de Argentina), cuenta que su mamá Rosa Laura Monge siempre recuerda que él rayaba los libros y dibujaba personajes de la televisión como Mazinger.
“Mi vida siempre estuvo cercana al arte, seguramente por la Literatura que les gustaba a mis padres”, dice este quiteño, quien se graduó en el Colegio de Artes, como escultor.
Este artista plástico estudia el rostro como retrato y caricatura.
Se inspira especialmente en el amor y en los misterios del ser humano. Le gusta encontrar lo gracioso del rostro que se aprecian en las facciones.
En un día hace de tres caricaturas como mínimo y puede llegar a hacer hasta seis y sus tamaños varían. Los miércoles y sábados tiene más clientela. Ha hecho ilustraciones para agencias de publicidad, artes para libros, guiones gráficos y música para cine. En La Ronda también ofrece sus obras, pero solo cuando le solicitan que vaya.
Entre una de sus experiencias en este oficio, cuenta que en un restaurante se acercó a una pareja a ofrecerle una caricatura y el chico aceptó.
“Cuando me acerqué me trataron amablemente, pero mientras los dibujaba había palabras fuertes entre ellos, la chica lloraba. Se olvidaron que yo estaba ahí. En ese momento me pregunté¿qué hacía ahí?, y no sé de dónde saqué fuerza para dibujarles una sonrisa”, cuenta.
Cuando terminó la caricatura, contó hasta tres y les enseñó el arte. “Sus rostros cambiaron y se vieron entre ellos, se abrazaron y decían que lindos que estamos”.
Hacer una caricatura es para Poma romper barreras, y mostrar una imagen con límite de sonido y palabras. Mientras se fuma de una de sus pipas, que es solo para momentos especiales, asegura que le gusta su trabajo.
Para Poma, la plaza Foch es su casa. Es como un escenario, una pasarela de faranduleros, intelectuales, fanáticos y locos.