Trabajar en libertad es el complemento total de mis sueños. Me crié en las faldas del Pichincha, pues mi papá tenía una propiedad cerca de la Cima de la Libertad y eso me enseñó a conocer el valor de la independencia, de la lucha cotidiana, de la palabra empeñada.
Hace 17 años me adentré en el negocio inmobiliario y me dediqué a lo que siempre me gustó: levantar casas confortables. Es un negocio familiar: mi esposa es la vendedora y mi hijo, ingeniero, el técnico.
¿Qué frena un poco esta libertad de trabajo? Pues la engorrosa tramitología municipal que dificulta el ritmo de trabajo. Más que objeciones técnicas son trabas burocráticas que se ponen a quienes trabajamos en la inmobiliaria del país.
Si desde los órganos oficiales se impondrían nuevas reglas y nuevas normas yo tendría dos caminos de acción. Si estas son justas, equilibradas y sirven para el bien común yo las aceptaría de buen modo, porque soy un ser humano obediente de las normas justas; si las normativas fueran impositivas e injustas, me rebelaría sin ninguna duda.