“Estaba en mi automóvil esperando a mi esposa. Escuché un estruendo y por el retrovisor vi que el techo de la cancha se cayó. Mi primera reacción fue bajarme del carro para ir a la cancha. Sin embargo, vi que la ola venía con todo: autos, troncos y personas.
Tengo una mecánica en la Berrutieta y Antonio Herrera, justo en la esquina cerca a la Agencia Metropolitana de Tránsito. Mi papá tiene otro taller más abajo. La ola no llegó hasta mi mecánica.
Afuera de mi taller, el agua se estancó y no entró con fuerza. Al ver eso cerré los ojos y me encomendé a Dios. Después vi a las personas que empezaban a salir de los vehículos que eran arrastrados por el lodo. Entonces me dediqué a mantenerlas seguras.
Les gritaba que salieran de los carros. Lo primero que sentí fue que el agua estaba helada. Recuerdo siete carros. Solo dos no estaban tan afectados. Un taxi terminó cerca del taller. Decía: ‘Gracias Dios, por darme otra oportunidad’.
Empecé a sacar a la gente de los autos. A unos los tuve que cargar en mis brazos. Los llevaba cerca del taller y a otros los subía a los árboles que están en el área verde encima de la calle Berrutieta, frente a mi taller. Era el lugar más seguro en caso de que bajara otra ola.
Algo que aún tengo grabado es que desde los autos una persona decía que una mujer estaba entre los troncos. Yo grité y grité, pero nunca tuve respuesta. En ese momento vi que otra persona pedía ayuda un poco más arriba de la esquina, a unos 200 metros de la cancha de vóley.
El señor tenía rota una pierna y solo repetía que no se quería morir. Al muchacho que trabaja conmigo le dije: ‘vamos a ayudar’. Tomamos una soga y la amarramos a una columna. Pero esa estructura se cayó; así que trajimos otra de acero. Me la amarré a la cintura y mi ayudante sostenía el otro extremo. Así llegué hasta el señor.
Estaba congelado. Le quité la camiseta y le di una chompa. Decidí quedarme con él y no moverlo. Creía que si estaba con la pierna rota también podía tener roto algún otro hueso del cuerpo. Entonces me quedé a su lado hasta que los Bomberos llegaron.
Sentía que su pulso era cada vez más bajo y empecé a preocuparme. Solo le repetía que todo se iba a solucionar. Le pedía que tuviese fe.
Después llegaron los Bomberos. Los pocos que estaban en ese punto no podían sacarlo. Le dije a uno de ellos que el señor tenía el pulso demasiado bajo. Se cruzó la calle y pudo constatar que era así. Ahí tomaron la decisión de sacarlo lo antes posible. Lo montaron en una camioneta y se lo llevaron.
Al día siguiente, el martes, llegamos con unos amigos y herramientas para empezar con la limpieza. Ya con motosierras cortamos los troncos para que se llevaran ese material que llegó con el lodo. Así seguimos hasta el miércoles. Ese día encontramos a la mujer que estaba entre los troncos… sin vida. Fue un momento doloroso.
Aún pienso en esa tarde y noche. Me acuerdo que a lo mucho, una hora antes de que todo ocurrió pasé por la cancha. Ahí vi a unos clientes y a otros vecinos que ubico del barrio. La gente estaba alistándose para hacer deporte. Siento frío en el cuerpo cuando recuerdo que hubo tantos fallecidos.
Si bien rememoro el haber ayudado a los vecinos, las imágenes son borrosas. En ese momento solo pensaba en hacer algo. Todo esto que cuento lo vio un vecino desde uno de los pisos del edificio de viviendas detrás del taller. Cuando todo pasó, él bajó y me dijo que observó todo lo que hice y él se encargaría de que todos supiesen.
Así llegó a oídos del Municipio después de las entrevistas que me hicieron. Me llamaron para invitar a la entrega de un reconocimiento. El alcalde Santiago Guarderas me felicitó y dijo que es bueno saber que hay vecinos como yo.
No sé los nombres de las personas que pude ayudar. Tampoco conozco qué pasó con ellos ni los he vuelto a ver. Solo espero que estén bien y confío en que haya podido ayudarles en algo”.