Desde la fundación española de Quito en 1534, su Centro Histórico se vio colmado de magníficas construcciones religiosas que permiten hablar hoy de un patrimonio construido, tanto en lo artístico como en lo cultural, refiriéndose no solo a las bellas artes sino a su cultura, la suma de todas sus actividades, actitudes y estilos de vida, adquiridos, aprendidos y transmitidos en su población, mediante patrones socializados.
La población nueva de Quito surge para construir su historia y su arte. Pero no desde un punto cero, sino desde el ámbito de una confrontación, la colonización hispana, el aliento europeo que sufría una transición entre el Medioevo y el Renacimiento, frente a la población indígena originaria que había creado su civilización, arte y sensibilidad, en los últimos 6 000 años.
Pronto se incorporará la naciente población mestiza que creará también su propia cultura, en una simbiosis que tienen numerosas fuentes culturales.
La escisión formada obtuvo el aporte de la población afrodescendiente, pero se hizo invisible o no tuvo oportunidad de expresión, pues por la esclavitud, primero sufrió el ‘olvido’ de sus raíces africanas, y luego la asimilación a la cultura dominante del amo. La cultura del Quito temprano colonial estuvo promovida por la fe del catolicismo, alrededor de ese ámbito se movía la mayor parte de las actividades sociales y económicas, aunque no había algún tipo de empleo mediatizado, sino el trabajo riguroso de las mitas urbanas, de leña, hierba, agua y albañilería, dedicadas a los indios.
Para construir iglesias se necesita hábiles albañiles y aprendices del arte hasta que descuellen como maestros. Es archiconocido que son cuatro invocaciones al cielo que quedaron representadas a través de sus templos: La Merced, San Francisco, Santo Domingo y San Agustín. Son cuatro órdenes mendicantes de Europa, a lo que sumarán la Orden de San Ignacio de Loyola, que se trasladarán a sostener y pregonar los principios de amor a Dios, al prójimo y hacer el bien a la humanidad.
La profundización de los estudios principalmente nacidos de la antropología y la historia, indican que las cuatro construcciones se basaron en un esquema cuatripartito, posiblemente de origen inca-quiteño, en cuyos cuatro cuadrantes se ubicaron uno de los cuatro templos.
Este esquema se llama la ‘Cuatripartición de Quito’, y hasta los primeros 150 años, la sociedad religiosa y civil se organizaba incluso en dos mitades, la de ‘arriba’, Hanansaya, y la de ‘abajo’ Hurinsaya. Subsistió la cuatripartición, y con las mediciones se ha podido colegir que no solo 4 principales templos se ubicaron en cada lar. También, las plazas de Quito quedaron situadas en cada uno de aquellos cuadrantes: en forma de cruz.
Este estilo, según especialistas, es de origen medieval, y solo en Holanda hay una ciudad que tuviera esta cuatripartición; pero en ninguna ciudad del mundo andino se observa ello. Y para que el estilo cuatripartito sea completo, y ahora que surge el cronista Fernando Montesinos (1582), apuntaba: que Quito tenía ‘cuatro cerros sagrados’, y fijándonos ahora en sus nombres, estos corresponden a una denominación incaica.
En aquella época, El Panecillo se llamaba ‘Yavirag’, el cerro de El Placer: ‘Huanacauri’, donde vivía el gobernante inca; el Itchimbía, dice Montesinos, era ‘Mama Anahuarque’, y el cerrilo de Toctiuco, Carmenga, y luego Chilena-pata. Las notarías y documentos de la Audiencia usaron de esta toponimia hasta el final de la colonia. Y por qué no decirlo, subsisten hasta nuestros días. Los mismos estudios han logrado descifrar la simbología.
Pero el más importante es el templo de la Merced: una línea imaginaria entre la Torre Vieja de San Sebastián y la torre de la Merced, vino a ser el meridiano de Quito, (W78º 30’), descubierto por La Condamine y le llamó ‘Meriedien de la Merced’. Estas incidencias simbólicas deben ser reconocidas como otro Patrimonio Cultural de la ciudad.