Los habitantes de la calle buscan nuevas oportunidades en Quito

Los talleres de pintura y origami ayudan los habitantes de calle a mejorar su concentración. Foto: Diego Pallero / EL COMERCIO.
En Quito, los habitantes de calle pasan sus noches entre carpas, fundas y cartones. Los rincones del Centro Histórico e incluso las cavernas en los alrededores de quebradas y puentes son algunos de los sitios que ellos buscan para pasar la noche. Hace un año y medio, Luis Caicedo tenía un trabajo y un lugar donde dormir. Pero su vida cambió. Él se separó de su esposa, se quedó sin ingresos y le pidieron que salga del departamento que alquilaba en el barrio La Magdalena, en el sur de la capital.
El hombre de 67 años dormía sobre unos colchones y bajo el umbral de un edificio del Centro. Allí soportó hambre, frío y hasta fue víctima de la delincuencia. Los tropiezos empezaron desde que él apenas tenía 11 años, cuando perdió a sus padres y su familia se desintegró. Sus seis hermanos tomaron otros rumbos y él se quedó en Quito. Con trabajos esporádicos su vida cambiaba a ratos, pero al poco tiempo la calle se convertía en su morada de nuevo. Se refugió en el alcohol y su salud se deterioró. “Necesitaba que mi vida cambie, no quería pasar los últimos años de mi vida en la calle”.
Una mano de ayuda
Una noche, en medio del intenso frío, un grupo de personas del Servicio de Atención de Habitantes de Calle que impulsa el Patronato San José, se acercó y le ofreció ayuda. Esa fue la primera noche -después de mucho tiempo- que Luis durmió en un lugar limpio, acogedor y cómodo. En el centro, él se dejó impresionar por la variedad de colores y brochas del taller de pintura al cual se incorporó.
Al inicio sus trazos eran bruscos, pero la motricidad de sus manos poco a poco tuvo soltura hasta que aprendió técnicas y sus cuadros contaron sus historias. “Cuando pinto me siento dichoso, siento la satisfacción que puedo hacer las cosas. Mi sueño es mostrar mis pinturas y que la gente conozca que soy útil”. A través de sus obras ha podido plasmar sus sentimientos y sueños.
Aunque parece una persona seria a simple vista, se ha sabido ganar el corazón y la confianza de sus compañeros, al punto de bautizarlo como ‘papá Lucho’. Así como Luis, en Quito hay miles de historias de habitantes de calle. Según el Patronato San José, en Quito viven 793 personas en esta situación en el Distrito Metropolitano. Este es uno de los grupos más vulnerables.

Una oportunidad de vida
Rogelio Echeverría, director del Patronato, explicó que la entidad realizó un diagnóstico en el Distrito con el que se determinó que del total de habitantes en situación de calle, el 80% son ecuatorianos y en su mayoría hombres. En este grupo no solo se encuentran personas que viven en situación de mendicidad o que no tienen casa.
Hay otro tipo de personas que sufren enfermedades psiquiátricas, padecen problemas de alcoholismo o de adicciones a sustancias estupefacientes que incluso han sido el detonante para perder sus hogares. También están quienes, aunque tienen casa, pasan su día a día en las calles en busca de colaboraciones para subsistir o se dedican al comercio informal.
Echevería explica que el trabajo del Patronato empieza por el abordaje en calle. Los técnicos salen en brigadas a diferentes puntos de la ciudad en busca de las personas sin techo. “La idea es ofrecer a las personas un lugar seguro, por eso es un proceso voluntario que se da a través de la sensibilización. A veces no aceptan la ayuda en la primera entrevista y cuando acceden, pueden participar de los talleres que son una forma de dilatar sus malos momentos”.
Muchas de estas personas necesitan una oportunidad y a través de estas jornadas se han podido reinsertar a la sociedad con emprendimientos o en el mercado laboral, afirma el funcionario. Para el psicólogo Carlos Moreta, en estos casos es importante que se realice un plan de intervención con trabajo social. Para esto se levanta una ficha y se hace un análisis de la persona para que pueda ser involucrada en el centro.

Dentro de las actividades lúdicas hay cursos que les ayudan a desarrollar su capacidad motriz o trabajar su memoria a través del arte y la expresión corporal. Hace tres meses, Luis Alberto Sánchez encontró en este sitio un espacio para dejar la calle y luchar por sus sueños. Desde pequeño soñó con ser trabajador social y ayudar a las personas. Este proyecto se vio frustrado cuando tuvo que abandonar su casa a los 11 años. Su madre no aceptó su orientación sexual y decidió dejar su hogar.
Sánchez es un ciudadano colombiano y llegó al país en búsqueda de nuevas oportunidades. “A través del arte, de los talleres que aprendo en este lugar encontré la forma de expresar mis emociones y entretener a las personas. Creo que es una forma de ayudar a la gente”.
En este mismo escenario, se encuentra Freddy Cañaveral, de 59 años. El muestra con orgullo las artesanías que ha elaborado. Su anhelo es convertirse en tallerista para enseñar a más personas a desarrollar nuevas habilidades.