Lenin Paucar, de 29 años, y Javier Vilaña, de 26, serán los primeros en operar el tren del Metro de Quito. Foto: Diego Pallero / EL COMERCIO
Saben que tienen un gran privilegio y, a la par, una enorme responsabilidad. Lenin Paucar de 29 años y Javier Vilaña de 26 -ambos quiteños y expertos en electrónica- caminan por la estación de El Labrador del Metro de Quito. Se paran junto a los seis vagones que transportarán a 1 500 pasajeros y el orgullo los desborda: serán los primeros en manejar los trenes del Metro.
Cuando los vagones empiecen a recorrer las entrañas de la ciudad, los ojos de todos los quiteños estarán sobre ellos.
Lenin -pequeño, moreno y de verbo fluido- hace la primera precisión: no serán conductores del Metro; el tren no tiene volante. Operarán el gran panel computarizado con el que funciona, eso los convierte en operadores del vehículo.
Antes de pasar a formar parte de este equipo, ambos estaban desempleados.
Lenin sacó una tecnología en Electrónica en el Colegio Central Técnico y en la Universidad Israel obtuvo su ingeniería en Electrónica Digital y Telecomunicaciones. Pero pasó un año sin empleo por lo que decidió trabajar como taxista para mantener a su hijo José Israel, de 7 años, y a su esposa.
Él es de esos hombres de mente rápida, que responde con detalles cuando se le hace una pregunta. Tutea respetuosamente. Y con humildad deja ver que ha hecho su tarea. “El tren pesa 180 toneladas. Cuenta con 144 asientos y viajará a una velocidad promedio de 37 km/h, lo que significa que recorrerá los 22 km de El Labrador a Quitumbe en 34 minutos”, recita.
Vive en la parroquia de Guangopolo, entre Cununyacu y El Tingo. En octubre del año pasado revisó la página web del Metro de Quito y a través de ella se enteró que necesitaban un tecnólogo.
Envió todos los documentos y cuatro días después le avisaron que había pasado a la siguiente fase. Fue un proceso rápido, de varios filtros, hasta que el 10 de noviembre le notificaron que había sido seleccionado y dos días después empezó a trabajar.
Los tres primeros meses fueron de entrenamiento. Leyó todos los folletos e investigó en Internet. “El tren es semiautomático. No vamos a sentarnos a meter marchas ni a presionar pedales como hacen los conductores del trole. Se frena y se acelera con botones”.
La primera vez que vio el tren del Metro que llegó a la ciudad en septiembre del año pasado, no pudo dormir. Cuando vio el tamaño de cada vagón, confiesa, sintió algo de temor. “Esta va a ser mi responsabilidad y lo voy a hacer de una manera espectacular”.
Algo similar le ocurrió a Javier. Hubo días que ambos estudiaron juntos los manuales y se ponían a prueba uno al otro para pasar las evaluaciones.
Entre ellos hay, además de un compañerismo, cierta complicidad. “De entre cientos de personas nos seleccionaron a los dos”, dice Javier, quien estudió tecnología Eléctrica en el Superior del Central Técnico y es “hijo del Papá Mejía”.
Trabaja desde los 18 años en sistemas de ventilación y aire acondicionado y fue operador de la subestación El Inga. Hoy trabaja en el Metro gracias a su esposa. Ella, mientras estaba embarazada de su primer hijo, entró a la web del Metro y lo postuló. Este año, confiesa, ha sido el mejor de su vida. Nació su hija Dominic Gabriela y por primera vez se sentó en el sillón de mando del Metro.
Él fue la primera persona que movió al tren. El jueves pasado se hicieron las pruebas de tracción y frenado. Fue la primera vez que el tren se desplazó con energía. Lo hizo en compañía de su supervisor. Cuando se encendió el tren -dice- sintió su potencia.
Ninguno de los dos había salido del país. Y en febrero ambos partieron rumbo a España para recibir capacitación teórica y práctica. Fueron a Zaragoza y a Castejón.
Allí, Lenin y Javier aprendieron más detalles. El tren tiene seis vagones, dos cabinas de remolque principal que se encuentran en las puntas. El remolque de la cabina principal tiene 17 metros de largo, pero la cabina para operar tiene menos de 2 metros.
En el puesto de conducción están los pulsadores de accionamiento para distintos modos de conducción. Solo hay una silla: es para el operador.
El tren es como una gran serpiente, que en lugar de cola tiene una segunda cabeza en la parte posterior. Así, cuando llega a su destino final no gira, sino que se activa la otra cabina. Tiene una ventana, como la de un carro, con el asiento en medio. Aún no saben cuántas horas de trabajo tendrán. Tampoco los turnos.
La Empresa Metro informó que aparte de los dos operadores contratarán uno más hasta que la operación del sistema se concesione. Esa empresa decidirá con cuánto personal funcionará. Los actuales operarios tendrán la responsabilidad de formar a los siguientes.