A las 07:00 del pasado jueves, el lugar donde hasta hace nueve meses funcionó la terminal terrestre de Cumandá, en el centro de Quito, luce desolado.Hasta julio del 2009, este laberíntico complejo de cemento recibía a miles de pasajeros de todo el país. Los pasillos, siempre llenos de gente y en los que decenas de vendedores ofertaban golosinas, frutas y artesanías, quedaron en el recuerdo.
En el ambiente, el polvo cubre todo y se mezcla con la fresca brisa de la mañana veraniega.
El color gris del cemento contrasta con el cielo azul de la capital y con el verdor de las montañas circundantes. Un sinnúmero de hierros retorcidos brota de la estructura, como tentáculos de un inmenso pulpo, y se resisten a ceder a la demolición.
Poco a poco el suelo se cubre de escombros.
Las primeras voces de los obreros de la empresa Arroyo & Arroyo producen un eco que retumba en las paredes, mientras la Virgen del Panecillo parece que los observara desde su trono. Héctor Buchelli es el primero en encender su máquina: un martillo industrial de 8 m de alto.El trabajador, de 63 años, sostiene la palanca con la mano izquierda y con la derecha se persigna. Le pide a Dios por su protección. Un padrenuestro, susurrado en voz baja, es su mejor cábala. Usa un casco de plástico amarillo, gafas oscuras para el sol y un grueso chaleco tomate.
Es el encargado de demoler la estructura de cemento con el gran martillo, por eso la tierra tiembla cada vez que trabaja.
Su rostro se muestra sereno a pesar de la presión. “Tengo que tener mucho cuidado, si la máquina destroza una columna la estructura podría colapsar”, dice, y mira el lugar donde el martillo caerá con fuerza.El 7 de julio del 2009 la antigua terminal terrestre de Cumandá fue cerrada, porque el nuevo complejo en Quitumbe recibía los últimos toques.
En esa época las personas que tenían locales comerciales en el lugar protestaron, unos quebraron y otros se mudaron.
Ha pasado un año desde que el edificio quedó vacío. Ana Andino, arquitecta y coordinadora de la reconstrucción de la antigua terminal, dice que el edificio fue construido en 1976 por la compañía israelita Soleil & Bonell.
No obstante, luego de 34 años, las mismas bases y columnas, que algún día soportaron el peso de los buses, serán utilizadas ahora para soportar el peso del Parque de la Física.El proyecto comprende la construcción de un complejo de entretenimiento con canchas deportivas, locales comerciales, departamentos y espacios verdes. Se espera que para el próximo año la ciudad reciba la obra.
La fase actual es el derrocamiento de las losas y las paredes. Día a día los trabajadores derrumban las pesadas estructuras. Eso lo sabe bien Mauricio Toaquiza, un obrero de 25 años que está cansado.Con su manga izquierda se limpia el sudor de la frente.
Bajo el ardiente sol empieza a cortar las barras de hierro que quedaron expuestas luego de la demolición de la losa.
Usa grandes gafas oscuras y guantes de seguridad. Su ropa negra ahora se ve gris y el penetrante olor del acero quemado se impregna en su vestimenta.
Para las 10:30, el piso del complejo se encuentra lleno de escombros y el polvo es constante.
A 100 metros de Toaquiza se encuentra Oswaldo Bastidas. A sus 64 años se siente fresco y relajado. Luego de manejar durante 20 años retroexcavadoras, las dimensiones de estas máquinas no lo intimidan.
Precisión y exactitud. Esas son sus armas para recoger los escombros y colocarlos en las volquetas que entran y salen del lugar. Bastidas tiene cinco hijos. Dice que todos los días ellos le piden que se cuide. “Todo lo hago por mi familia, este es un trabajo peligroso y lo cumplo para que no les falte nada”.
A las 11:30 los trabajadores toman un receso de 5 minutos para cargar las máquinas de diésel.
Buchelli aprovecha y prende un tabaco. Sin pérdida de tiempo, dos compañeros se acercan y le roban una pitadita.
El día transcurre entre maquinaria pesada, polvo y escombros. A la tarde, el sol es más clemente y su intensidad va menguando.
El cielo azul, que en la mañana cobijaba a los 30 trabajadores, se torna gris como el polvo.
La jornada laboral termina a las 17:00. Luego de 10 horas los trabajadores se refrescan y regresan agotados a sus casas.
Bastidas, Buchelli y Toaquiza se persignan otra vez. La hacen al entrar y salir de su trabajo.
La antigua terminal está más desolada que nunca. Solo los escombros quedan como testigos del lugar al que algún día llegaron ecuatorianos y extranjeros, día y noche, en un frenético trajín que hoy es olvido.