Su habitación es también su taller. Vive en la Santo Tomás 2, en el sur de Quito. Sobre una pizarra de tiza líquida tiene cartulinas, pinturas y pinceles. Son los materiales que César Ugsha utiliza para pintar sobre las plumas de las aves.
En un rincón de su taller guarda un poncho rojo de lana de oveja y un sombrero negro, que heredó de su abuelo. Los utiliza solo en ocasiones especiales. Es nativo de Tigua, Cotopaxi. Sus padres le trajeron a vivir en Quito cuando tenía 3 años.
Empezó a pintar en plumas de gallina y de gallo desde el 2001. Semanas después de graduarse en el Colegio 5 de Junio, sección nocturna. Se inició en este arte junto con su hermano Luis.
Al inicio recogía las plumas que encontraba regadas en el campo, luego compraba en cajas y ahora hay quienes le buscan para regalarle esa materia prima. Si las plumas están estropeadas, César las arregla, las pega con goma o las corta. Desde el 2002 utiliza pintura acrílica. También enseñó la técnica a sus hermanos Gerardo y Édison.
Para pintar, su mano derecha permanece estirada, junta los dedos formando una copa con dirección hacia abajo. Le habla a la pluma y le agradece. “Mi papá dice que los animales siempre piden permiso cuando comen o toman algo y los humanos no lo hacemos. Le agradezco por permitirme tenerla en mis manos”.
Pinta desde los 12 años. Su padre Ricardo dibujaba en cartulinas paisajes, rostros y objetos. El reto de César era dar color a esos trazos. Su padre también pintaba pero en cuero. Sus obras las vende en el parque El Ejido. Allí permanece los fines de semana desde hace 25 años. “Mi padre es mi maestro, mi casa fue mi escuela de arte”, asegura César.
Estudió dos años de Turismo en la Universidad Central. Se retiró para dedicarle más tiempo al arte. La pluma la pega sobre cartulina blanca y la recubre con una capa de goma. Luego de dos o tres horas, con un pincel de pelo de Martha dibuja con acrílicos paisajes, rostros, figuras abstractas…
Ugsha se inspira en el entorno natural. Otros trazos los saca de libros. En pintar una cartulina de 15 x 35 cm, que la vende en USD 30, se demora unas tres horas. En las plumas pequeñas de 8 x 11 cm, que cuestan USD 10, se demora menos de dos horas.
Cuando se refiere al cuidado y protección del ambiente, él responde que no mata a los animales. “Aprovecho las plumas de los que ya están muertos”.
Hasta hace dos años era bailarín. Practicaba danza desde los 18 años y dejó de hacerlo cuando se desintegró su grupo.
Entre risas cuenta que hay amigos que le dicen que está loco por su manera de interpretar las figuras que hace en las plumas. “Dicen que no soy un pintor normal de Tigua, que estoy medio loco por las cosas que pinto y porque soy muy abstracto. El que quiere criticarme, que intente hacer mi trabajo, aunque sea una vez”.
Entre anécdotas, resalta que en julio del 2011 fue invitado al Museo Pumapungo de Cuenca, a una exposición sobre el arte de Tigua en la actualidad. Allí quedó reconocido como el segundo artista de esa localidad.
Diariamente, pinta entre tres y cuatro plumas grandes y si son pequeñas, unas 10. Cuando pinta siempre tiene presente a su madre, María Cuyo, en agradecimiento porque fue quien luchó por su familia.
Su mejor premio en este trabajo, en su opinión, son las amistades y el cariño que se gana de la gente. También destaca esa posibilidad de ir adquiriendo más conocimiento sobre el arte. En todo momento hace referencia a las enseñanzas de su padre, a quien considera el mejor artista.
HOJA DE VIDA
César Ugsha
Su experiencia. Se dedica a la pintura desde que tenía 12 años. Es de Tigua y obtuvo un reconocimiento en Cuenca. Estudió dos años
de Turismo en la Universidad Central.
Su punto de vista. Para él, la principal inspiración es el entorno natural. Está convencido de que es un autodidacta.