El sonido que desprenden las ruedas del coche de helados sobre el pavimento de la calle Bolívar alerta de su llegada a la plaza de San Francisco, en el Centro Histórico. Son las 09:53 del martes 28.
Doña Lidia Guayta, con sus brazos estirados, empuja el coche de madera, de 1 m x 0,5 m. Lo utiliza para vender helados en el lado norte de la iglesia.Viste un saco blanco, con una gorra del mismo color y un pantalón de calentador azul. Con un caminar acelerado sube el carrito por una rampa hasta llegar a los graderíos de la plaza de San Francisco, en el lado sur.
Ante su presencia, las más de 300 palomas que se mueven de un lado a otro por las piedras lisas de la plaza, se acercan a ella con rapidez. Se alborotan.
“Parece que me conocieran, algunas veces hasta se me suben en los hombros y en la cabeza”, dice, mientras saca de uno de los compartimientos del coche blanco con franjas celestes una funda plástica amarilla.
Allí guarda 4 libras de morochillo, que compró 10 minutos antes, en una tienda de la calle Bolívar, a USD 1 (0,25 la libra). Lo hace en el camino que va desde su casa, ubicada en la calle Cumandá y av. 24 de Mayo, sector de San Roque, hasta la tradicional plaza.
Su mano derecha se introduce entre los granos anaranjados y de un solo impulso los arroja sobre las aves. “Parecen mis hijas, porque me están esperando. Ya me conocen, todos los días les doy de comer”, comenta. Centenares de palomas llegan desde los tejados de las viviendas aledañas. Por un momento, las piedras se ocultan bajo los pequeños cuerpos de las aves amontonadas.
La mujer, de 58 años, arroja una y otra vez el morochillo. Las palomas llegan hasta sus pies por un grano. Su calma se rompe cuando dos niños, de 5 y 10 años, intentan cogerlas. “Déjenlas comer”, exclama, y su grito atrapa la mirada de los transeúntes.
El contenido de la funda disminuye. En menos de dos minutos queda vacía. Enseguida, toma su coche, que tiene una leyenda con letras rojas: Helados de guanábana. Así llega por otra rampa hasta el asfalto de la calle Benalcázar.
Luego de caminar unos 20 metros, Guayta se persigna. Dar de comer a las palomas no solo le trae una gran satisfacción. También le produce una esperanza de que la venta de los helados será buena y que Dios la ayudará.
De eso da fe su hermano Antonio, de 55 años. Él tiene su puesto de helados en el lado sur de la misma plaza. “De domingo a domingo, compra el morochillo y siempre les da de comer. No falla ningún día”. Cuenta que las aves aumentaron cuando se firmó la paz con el Perú (1998) y en los festejos se lanzaron palomas, que terminaron quedándose.
Lidia Guayta realiza esta actividad antes de instalarse en la esquina de las calles Cuenca y Sucre, junto a los graderíos laterales de San Francisco.
Allí saca un bulto de plástico, donde guarda el hielo seco, que cada mañana compra a USD 12 en San Roque. Se coloca un mandil blanco y con una paleta de madera rellena los conos. Es momento de que otros comensales, especialmente niños, degusten la fría crema con dulce de mora.