De ocho trabajadores en junio a tres en noviembre pasó la panadería de Paulo Santillán. El negocio está ubicado en la intersección de la autopista General Rumiñahui y la avenida Ilaló. Confiesa que ha pensado en reubicar su negocio “para ver si nos va mejor”.
En los exteriores hay una polvareda por la zanja que abrieron los trabajadores del Gobierno Autónomo de Rumiñahui.
Los trabajos de cambio de alcantarillado y tuberías de agua potable comenzaron en junio. El plazo contractual es hasta finales del año 2022. Sin embargo, Iván Verdezoto, residente de la obra, explica que se solicitará una prórroga. Aunque se desconoce el tiempo extra que se necesite, especula que pueda ser un mes más.
Para quienes viven en el Valle de Los Chillos y se trasladan a Quito a trabajar, el problema de movilización es de todos los días. Hay la misma cantidad de buses pero taxis y vehículos particulares de aplicaciones de transporte se niegan a llegar a esos puntos.
“Yo demoré casi dos horas en conseguir un carro que me traiga desde el hospital con mi mamita”, relata Aida Sánchez. Ella vive en el sector de Playa Chica y tuvo que llevar a su madre a un tratamiento médico en un hospital del centro capitalino.
Ya que tenía pico y placa no pudo movilizarse en su vehículo. También denuncia que al conseguir un taxi debe negociar una tarifa extra “por las vueltas” que deben dar por los cierres viales de la zona.
A lo largo de la autopista hay presencia de Policías nacionales, que son los encargados del tránsito en ese cantón, pero es poco lo que pueden hacer.“Estoy resignado a perder de 45 minutos a una hora en pasar de la ESPE a la autopista”, dice Marlon Pérez, otro ciudadano que vive en la zona.
Su trabajo está en la plataforma Gubernamental del norte y cada mañana tarda hasta 2:30 en llegar. El trayecto tiene cerca de 26 kilómetros y por el tráfico tardaba en promedio 1:15 minutos. Ese tiempo casi se ha duplicado desde que iniciaron los cierres viales paulatinos.
En un recorrido de EL COMERCIO se pudo apreciar a comerciantes con mangueras para regar el agua sobre la tierra y evitar las nubes de polvo. Varios concesionarios lucen los vehículos nuevos completamente cubiertos de tierra y sus trabajadores luchando por limpiarlos.
Hay negocios que han cerrado y locales en arriendo. “Hemos pasado una pandemia, los paros y ahora esto. No se puede más”, lamenta una emprendedora que pidió no revelar su identidad.
Por ocho años tuvo su negocio de comida en San Rafael. Hoy las ventas no llegan ni a la mitad de épocas normales y decidió cerrar y venderlo todo.“Me duele porque es mi trabajo, mi sacrificio, pero las deudas ya no dan más”, dice tristemente.
Sus opciones son vender el menaje del negocio o que alguien se haga cargo del local donde paga USD 500 de arriendo. De acuerdo con Verdezoto, se trata de una obra vital para la comunidad de Rumiñahui. “El agua ya estaba llegando en condiciones perjudiciales”, enfatiza.
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