Mañana, lunes 24 de mayo del 2021, cumple 99 años. Y lucha por mantener su renombrado pasado y garantizar su futuro optimizando su ‘look’ de bulevar del 2011. Y aunque su biografía se parece a la de alguna de esas estrellas ‘made in’ Hollywood, con amores y desamores extremos, la avenida 24 de Mayo es un referente del Quito profundo desde el 24 de mayo de 1922.
Ese día, con toda la pompa de la época, vio la luz una moderna vía de dos carriles, 25 m de ancho, siete manzanas de largo y parterres y veredas arbolados, de corte europeo.
También se develó el monumento diseñado por Francisco Durini en honor a los héroes ignotos de la batalla del Pichincha de un siglo antes. Estatua que fue reemplazada recientemente por otra de menor tamaño que no tiene consenso en los residentes.
Esa avenida, cuenta Rafael Racines -historiador- concluyó un proyecto que empezó el 1910 con el relleno de la quebrada de Ullaguangayacu (de los gallinazos), rebautizada como de Jerusalén, cuyo principal brazo ejecutor fue Francisco Andrade Marín.
Este quiteño, quien fue cuatro veces alcalde de la conventual Quito de ese entonces, colaboró con plata y persona en esa tarea, refuerza Racines.
El despegue de la avenida fue rápido y contundente. Y el profundo y atemporal cañón que nace en La Chorrera y dotaba de agua a las damas que lavaban ropa mientras jugaban a las escondidas con duendes y jóvenes traviesos, se transformó en “el paseo” por antonomasia. Por allí caminaba, mostrando sus fastos y garabatos, la flor y nata de la capital, corrobora el también historiador Azuero Luchín.
De los 30 a los 50 del siglo XX, la vía y su zona de influencia (Plaza Victoria y calles Rocafuerte, Ambato, Loja, Benalcázar, Venezuela, Chimborazo…) se llenaron de residentes de prosapia, afirma Clara Rodríguez, doctora que vivió frente a la iglesia del Robo.
Las modestas casitas de tapial y bahareque se volvieron casonas de adobón, piedra y teja española de corte republicano. Y la heráldica se llenó de Chiribogas, Arrobas, Andrades, Ortiz Crespos, Larreas…
La primera esposa de “mi” doctor Velasco Ibarra, Esther Silva Burbano, vivía al lado de la capilla y era vecina de Mario Ortiz, un cura que botó los hábitos, se casó y fue el dueño del primer carro de la zona, por lo que miraba a todos por encima del hombro y se estacionaba donde quería, recita Rodríguez de memoria.
La falta de garajes en las casas dio lugar a los grandes estacionamientos en la zona, explica Racines. “Mi tío, Jaime Racines Viteri, poseía uno en la Venezuela. Había 30 cubículos. Cada uno tenía su puerta con el logo familiar. Existían varios de ellos en las colindancias”.
El comercio ganó terreno sin pausa. Los negocios florecieron: las cervecerías Campana y Victoria, los cines Puerta del Sol y Avenida, los almacenes Selemar y Rubén Hermann, el molino de Harinas Frescas, el mercado Santa Clara, las emisoras Cosmopolita y Marañón… son nombres que recuerda Luis Valverde, miembro de la Asamblea de Quito.
Hubo librerías y papelerías. La Leo de Doble O (Julio Rodríguez) y la de Los cieguitos, que compartía caseta con don Lucho, que hacía las papas con cuero más ricas del mundo.
Para los 60 y 70, la avenida mostraba un deterioro evidente. Se llenó de comerciantes, mueblerías, cargadores, mercachifles, cachinerías y migrantes. Y calles como la Loja y Barahona se volvieron guaraperías de baja estopa.
Las élites encontraron rápidamente otro barrio búnker, La Mariscal, hasta donde se trasladaron con todos sus blasones y bártulos. Muchas casas quedaron abandonadas.
En los 80, el desbarajuste aumentó. Se llenó de vendedores de pócimas y cremas milagrosas. Y magos, faquires, cantantes y teatreros enredaron más el ya complicado crucigrama. El trabajo sexual se salió de control y la inseguridad se disparó. Los bares donde los sureños le buscaban la quinta pata al gato (Casa Blanca y Los tres gatos) cimentaron su estela de bohemia.
El viaducto, necesario para mejorar la circulación en urbe que se estiraba sin medida, fue la última estocada, según opinan los vecinos. El adiós del ex Penal García Moreno mejoró en algo la seguridad, pero no fue suficiente, explica Azuero.
Se cerraron infinidad de negocios, incluyendo los emblemáticos. Y aunque se construyeron proyectos residenciales como el edificio Riofrío y el Conjunto La Victoria en reemplazo de la histórica cervecería, el número de casas desocupadas es muy alto. El IMP conoce del problema y tiene un plan de reactivación, explica su director, Raúl Codena.
Para eso optimiza planes como Pon a punto tu casa y Quinta fachada, que consideran préstamos municipales sin intereses, del 35% del valor de las rehabilitaciones. El resto lo financian los propietarios de las casas. Hasta el momento, remarca Codena, están considerados 30 bienes.
El paso del Metro en la zona también tiene interrogantes. Para Enrique Vivanco, diseñador del conjunto La Victoria, la parada San Francisco permitirá la llegada del turismo y la visita desde otros sectores.
Por la boca del Metro en el viaducto, en cambio, se puede atraer gente activando el comercio y otras actividades como las culturales. ¿Cómo? Según Vivanco, proponiendo que toda la avenida funcione como un centro comercial abierto, con restaurantes, cafeterías y almacenes incorporados a las edificaciones.
La seguridad necesita mejoras urgentes. El Municipio y la Policía trabajan en esa dirección y se han activado seis cámaras de videovigilancia en sitios estratégicos. De todas formas, el futuro del querido bulevar es incierto y requerirá del esfuerzo de todos para que trascienda en el tiempo.