Dos turistas caminaban apresurados por el Centro Comercial Naciones Unidas. Al pasar frente al local 23 de la planta baja se detuvo a raya. “Qué loco, mirá, aquí hay de todo”, dijo la joven. Él empezó a enumerar todo lo que veía.
Monedas, billetes, medallones, máquinas registradoras, cámaras antiguas, discos de acetato, miniaturas, llaveros, libros y estampillas. Muchas. No compraron nada, pero se entretuvieron un buen rato frente a la vitrina y se fueron.
Adentro estaba Nicolás Jiménez Mendoza. El hombre de 70 años se sienta en un rincón, entre un escritorio lleno de objetos antiguos y escaparates con muchos tesoros que los coleccionistas quisieran tener. Él los clasifica pacientemente, de lunes a viernes, entre las 11:00 y las 16:00.
Colecciona estampillas desde niño. Heredó algunas de su abuelo Nicolás Jiménez Mena (+), periodista y editorialista de este Diario, desde sus inicios en 1906. Cuando creció, Jiménez Mendoza se afilió a la Asociación Filatélica Ecuatoriana, en 1963.
En 1986 expuso los trabajos de un taller de artesanías que hizo con internos de la cárcel, en un local del segundo piso del mismo centro comercial. También puso una vitrina pequeña con las estampillas duplicadas de su colección. Cuenta que le fue tan bien con las estampillas que decidió abrir un local en el primer piso, para dedicarse a venderlas.
De coleccionista pasó a anticuario. Jiménez es muy observador. Debe analizar cada cosa que le ofrecen y luego conocerla a fondo. Debe hacerlo para luego explicar a los coleccionistas que lo visitan la historia de los objetos, su naturaleza, el material y la técnica con que fueron elaborados. Esta parte de su trabajo es la que menos le cuesta. Le encanta conversar, enseñar, aprender.
Su oficio requiere de paciencia. Hay muchas falsificaciones y a él ya no se le pasan tantas, porque en su tiempo pagó derecho de piso, como cualquier novato.
Cuenta que hay hasta falsificaciones clásicas, como las del italiano Jean de Sperati, un famoso falsificador de estampillas internacionales, que también hizo réplicas de sellos ecuatorianos.
Pese a la pasión de Jiménez por las antiguedades, cuenta que en su vivienda no tiene muchas. “Mi casa es una gran biblioteca. En algún espacio la hemos adecuado para que sirva también de comedor, de dormitorio, de sala y yo creo que hasta de baño”, dice.
Pero este no su único trabajo. Dirige el taller San Juan, en Capelo, de 07:00 a 10:00. Allí practica su oficio de artesano, con su esposa Rita Merino. Vuelve luego de cerrar el local de antiguedades (16:00). Duerme a medianoche.
Además, Jiménez ha publicado cuatro novelas. “Escribo en las madrugadas. Los viejos, señorita, dormimos entre cuatro y cinco horas y con eso estamos muy bien. Así que estoy disponible a las 04:00. Escribo en mi computador viejo”.
Él afirma que trabaja a diario unas 12 horas y se siente saludable. “Hay bastante tiempo. Si se piensa todo ese tiempo, el cerebro dura más”.